Profesor honorario del Esade

TTtodo comenzó con la crisis de los misiles, cuando la URSS se disponía a instalar misiles en Cuba en 1962. Los soviéticos, temiéndose represalias de Estados Unidos, sacaron las reservas monetarias que tenían en Nueva York y las trasladaron a París y Londres. Como entonces el dólar era una moneda escasa, los bancos europeos comenzaron a dar créditos en dólares, en base a los nuevos depósitos en dólares. En cierta manera creaban dólares y así vino al mundo el euro-dólar (ningún parecido con el actual euro). En 1963, el presidente Kennedy, preocupado con un creciente déficit en la cuenta financiera de la balanza de pagos, creó un impuesto: el Interest Equalization Tax (IET), que cargaba con un 15% los beneficios de las inversiones norteamericanas en el extranjero.

Las multinacionales, que entonces estaban en plena expansión, decidieron evadir el IET, no repatriar sus beneficios, y depositarlos en el euro-mercado, en bancos que estaban fuera de la --entonces severa-- legislación bancaria norteamericana. Así nacieron los bancos off-shore o extraterritoriales, bancos sustraídos a la legislación del país de origen. Y con ellos los paraísos fiscales. Pero entonces la movilidad internacional de capitales estaba muy restringida.

Cuando en los años 70 se liberalizaron los movimientos de capital, aumentó la competencia entre bancos grandes y pequeños (de países grandes y pequeños) para atraerse los fondos que buscaban minimizar el pago de impuestos sobre sus capitales.

En esa pugna entraron no solo Suiza, Inglaterra, Holanda, Luxemburgo, sino también otros países pequeños como Liechtenstein, Panamá, Hong-Kong, Islas Caimán, y toda esa proliferación de islas, que cada vez ofrecen mayores servicios. Es decir, mayores oportunidades de defraudar al fisco nacional. Pero, sería un error creer que el fraude fiscal pasa siempre por paraísos fiscales con nombres de novela de James Bond. La mayor parte del fraude fiscal es casero y se realiza sin viajar mucho, porque paraísos fiscales se construyen en nuestras ciudades y nuestros pueblos con todo descaro. Y no raras veces los bancos más respetables han edificado en el subsuelo pequeños paraísos fiscales para los buenos clientes.