Economista jefe de Intermoney

TLtos datos económicos negativos se suceden y el desánimo se ha apoderado de la sociedad española, como reflejan las encuestas a los consumidores. La realidad es que más de dos tercios de las familias ya han pagado la hipoteca de su primera vivienda y la mayoría va a mantener su empleo y su renta, por lo que, aunque haya aumentado la inflación, es exagerado definir su situación con la palabra crisis. La crisis la están viviendo las familias que pierden el empleo y los pequeños empresarios que se ven obligados a cerrar sus negocios.

Sin embargo, los humanos somos animales que vivimos en comunidad y somatizamos los sentimientos del resto. En las expansiones nos contagiamos de la euforia y en las contracciones nos invade el pesimismo. Baste un ejemplo, mi madre es una persona jubilada, solidaria y una ávida consumidora mediática. Desde el pasado verano su cerebro ha procesado miles de veces la palabra crisis económica y, como llevaba 14 años sin escucharla, ha decidido que debe estar en estado de máxima alerta. Yo la intento explicar que ella no va a perder su pensión y su renta seguirá creciendo en línea con la inflación, pero me acusa de ser muy optimista y desconfía de mis consejos.

Nuestra sociedad ha interpretado la crisis como un castigo divino por los pecados cometidos. Nuestra sensación es que hemos vivido días de vino y rosas, que solo hemos crecido gracias al ladrillo, que no hemos hecho reformas y que ahora nos llega el castigo y la penitencia.

La realidad es que hay pocos casos en la historia económica mundial comparables a lo sucedido en España en los últimos 14 años. Somos seis millones de personas más, hemos vencido a las proyecciones demográficas apocalípticas que anticipaban la quiebra de nuestro sistema de pensiones en el 2015, hemos generado ocho millones de empleos, hemos construido ocho millones de viviendas, hemos habitado la mayoría, hemos incrementado un 50% nuestro parque móvil y hemos recibido 20 millones de turistas más que hace una década. Muchas de nuestras empresas se han internacionalizado y una inmensa minoría son líderes mundiales.

Nuestra mayor exposición a la crisis se produce por los excesos del boom inmobiliario y por el elevado endeudamiento de muchas familias y empresas. La principal causa de estos excesos es precisamente haber decidido formar parte de la Unión Monetaria y haber disfrutado de unos tipos de interés extremadamente bajos para las condiciones internas de la economía española. Sin embargo, de no haber entrado en el euro estaríamos contando otra historia diferente, pero no un milagro económico. Es cierto que desde 1998 vamos retrasados con las reformas necesarias y ahora urge ponerlas en marcha, pero habiéndolas hecho no habríamos evitado el boom del sector inmobiliario y la restricción crediticia actual. Los países considerados como iconos de las reformas económicas son Irlanda, Estados Unidos y el Reino Unido y los tres están sufriendo un ajuste similar al nuestro o incluso mayor como es el caso del Pura Sangre irlandés. Por lo tanto, nuestros pecados han sido veniales y no es necesaria una penitencia tan dura para resolverlos.

Los excesos en el sector residencial son elevados y nuestras empresas tardarán algún tiempo en encontrar nuevos usos para el capital y empleo excedentarios. Además, la restricción crediticia internacional y el petróleo complican el ajuste. El entorno ha cambiado y, como diría Eduard Punset, hay que "adaptarse a la marea", pero nunca dejarse arrastrar por ella.

Si estás muy endeudado o ves peligrar tu empleo o negocio es lógico que estés preocupado y cambies tu patrón de consumo hasta que pase la tormenta perfecta en la que nos encontramos.

Pero, si no es tu caso ¿para qué entras en crisis? Si es por ser solidario, Adam Smith ya nos explicó que la mejor ayuda que puedes hacer a tus conciudadanos es buscar tu propio interés, es decir, consumir racionalmente y ayudar a crear empleo y reactivar el flujo circular de la renta.

Las economías son cíclicas y volveremos a tener un ciclo expansivo, la clave es adaptarnos y aplicar las reformas necesarias para seguir incrementando nuestra renta por habitante en la próxima década.