Carlos de Inglaterra ha vuelto a protagonizar una nueva polémica en su país. El príncipe no tiene pelos en la lengua a la hora de opinar sobre arquitectura y defender sus conservadores gustos estéticos frente a los edificios más vanguardistas. Y lo ha vuelto a hacer. El heredero al trono británico ha intentado convencer a la familia real de Qatar, propietaria de un solar en el barrio de Chelsea, para que retire el proyecto de Richard Rogers, en el que predomina el vidrio y el acero, y lo sustituya por ladrillo con el objetivo de que no desentone con el paisaje urbano que predomina en la zona.

El solar de la polémica está situado junto al Hospital Real de Chelsea y fue diseñado en el siglo XVII por Christopher Wren, el arquitecto barroco que hizo la catedral de San Pablo y el preferido de Carlos.

La nueva injerencia ha desatado esta vez una reacción en cadena de prestigiosos arquitectos, que han firmado una carta en defensa de Rogers. Entre ellos figuran Norman Foster, Zaha Hadid, Jean Nouvel, Jacques Herzog, Renzo Piano y Fran Gehry. En la misiva, publicada en el The Sunday Times, los profesionales acusan a Carlos de "usar su privilegiada posición" para burlar los "procesos democráticos" de aprobación municipal de proyectos e imponer sus gustos estéticos. The Guardian fue más allá y, ayer, en su editorial, pidió al príncipe que se calle o dimita. La reacción en su contra ha sido muy contundente porque el proyecto de Rogers está aprobado.

Pero esta no ha sido la primera vez que Carlos se olvida de la prudencia que se exige a los miembros de cualquier monarquía. Y es que la arquitectura es su punto flaco. En 1984 volvió a liarla con sus opiniones contrarias a los proyectos que se presentaron para la ampliación de la National Gallery, entre ellos, uno presentado por el mismo arquitecto al que ha criticado.