Aunque desmentidas una y otra vez, las diferencias sentimentales entre los duques de Lugo empezaron a los pocos meses de su boda rociera. Por eso, la sorpresa de la separación de la infanta Elena y Jaime de Marichalar la dio ayer el hecho de que la ruptura se confirmara al fin desde la Zarzuela. La primogénita del Rey y su esposo intentaron una reconciliación que al final ha acabado en ruptura pública. Un separación que han admitido para que cesen las conjeturas y, sobre todo, para poder recuperar la normalidad.

A las dificultades que cualquier pareja debe afrontar al separarse, los duques de Lugo suman la de dar un paso inaudito en la familia real española. Una decisión que quizá no habrían podido asumir sin la llegada a palacio de su cuñada Letizia. Si el heredero de la Corona se casó con una divorciada de origen plebeyo, la infanta puede convertirse en una mujer separada.

El Rey medió en el pasado entre su hija y Marichalar para que lo intentaran de nuevo. Tentativas que alternaban con periodos de distanciamiento entre ellos. Ella, dedicada a las obligaciones de su agenda como miembro de la familia real y al cuidado de sus hijos, mientras el duque se volcaba en su mayor pasión: la moda.

Resulta mejor para la Corona zanjar la situación de separación oficiosa para que los duques normalicen su presencia pública. La frialdad entre ellos era tan evidente que Marichalar solo iba a la Zarzuela en los actos oficiales y capeaba como podía compromisos como las vacaciones: el duque paseó su desgana los últimos veranos por Palma, cuando la tradición le obligaba a sumarse al descanso de la Familia Real.

En adelante, los duques, como tantos padres separados, deberán trabajar juntos por el bien de sus hijos, sin preocuparse por ejercer de pareja feliz cuando ya hace tiempo que no lo son.