Bajo las aguas y en presencia de Poseidón, un cura postizo y sus amigos del club Blaumari, Joseba e Iratxe se dieron el sí quiero el pasado 26 de julio en una ceremonia que repetirán ya en tierra firme y en su Bilbao natal el próximo mes de septiembre. A 24 metros de profundidad, en la Isla Negra de Aiguablava, en Begur (Gerona), el novio y los invitados (se coló también algún pez curioso) aguardaron la bajada de la novia algo destemplados.

Ella llegó tarde, como es preceptivo en estos ceremoniales, pero no por culpa del maquillaje o la peluquería. Fue por el larguísimo velo, que se resistía a bajar a las profundidades.

El mar tiene sus propias leyes de flotabilidad y siempre depara auténticas sorpresas. "He cosido pesos en el velo, pero ni así. Me lo han tenido que sujetar con pinzas porque se me iba", comenta Iratxe, que tampoco acertó a tirar el ramo "comprado en los chinos" con la suficiente fuerza. Pesos en los bajos de los vestidos, corbatas cosidas, flores de plástico... Y todos, miopes o no, con gafas y con los pulmones de acero a cuestas.

Guillem, sacerdote por un día, ofició la celebración sin decir palabra. Tampoco hubo violines ni trompetas. Los contrayentes siguieron las consignas escritas en unos letreros y procedieron a intercambiarse los anillos y las promesas de amor. "Y lo que el mar ha unido...", leyeron en silencio. Luego, con un largo y sentido beso, más salado que nunca, sellaron el compromiso.

El banquete, por razones que resultan obvias, transcurrió mar afuera, sin presiones de ningún tipo. Eso sí, no hubo pescado.