Fernando Trueba confiesa que, en sus años mozos, era "uno de los tipos más feos de la facultad y de todo el distrito universitario" de Madrid. Antonio Resines, que jugaba al rugbi, siempre se lesionaba e iba con muletas pero era el más organizado, así que se encargaba de conseguir dinero para comprar bocadillos. Oscar Ladoire tenía una indomable melena. Pedro Almodóvar lloraba a Fernando Colomo para que le produjera una película. A Imanol Uribe le daba cien patadas el papeleo que había que hacer en el ministerio para sacar adelante un corto. Carmen Maura era la musa de todos ellos. Bienvenidos al grupo del Yucatán, esa cafetería madrileña donde un grupo de jóvenes "descerebrados e inconscientes" pusieron patas arriba el cine español. Un cine como tú en un país como este, presentado ayer en el marco de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), es el documental que rinde homenaje a esa generación cuya vida solo tenía sentido por el cine.

LA FACULTAD, VACIA La facultad no la pisaban mucho. Trueba, por ejemplo, la abandonó cuando estaba en tercero de carrera. Sí que patearon las calles, los bares, los cines. Lo normal era entrar en la filmoteca a las cuatro de la tarde y salir pasadas las doce de la noche. Eso cuando no se iban a Francia para ver películas como El último tango en París.

Después de bregarse en el mundo de los cortos, la generación del Yucatán alcanzó su sueño: los largometrajes. Colomo dirigió a Maura en Tigres de papel (1977), una película hecha con dos duros, un alto grado de inconsciencia y un grado todavía más alto de libertad. Pensaban que no iría a verla nadie, pero estuvo seis meses en cartelera. "Los críticos afines a la derecha la ponían mal, pero con respeto", recuerda Carmen Maura en el documental, que ha sido dirigido por Chema de la Peña y que se estrenará en la gran pantalla dentro de tres semanas.

Años después llegó Opera Prima de la mano de Trueba y Ladoire. "Eramos todos amigos. No había peluquería ni vestuario ni maquillaje", cuenta el realizador. "Inventamos la película hablando", añade Ladoire, que dio vida al protagonista y que también participó en el guión. El primer fin de semana fue desastroso. La película apenas recaudó 30.000 pesetas. Sin embargo, el lunes empezó a llenarse la sala y las colas no pararon hasta muchos meses después.

La generación del Yucatán hizo política, pero a su manera. Sin estridencias. "Los únicos dos principios que han guiado mi vida y que lo siguen haciendo son la desobediencia y el placer. Ambos son incompatibles con la militancia en un partido político", afirma con serenidad y contundencia Trueba. El cineasta, que en 1994 recogió un Oscar por Belle époque sin dar las gracias a Dios porque él solo cree en Billy Wilder, deja claro que no existe la industria del cine español. "Ni la hay ni la ha habido nunca. Yo solo creo en los artesanos del cine, en la gente que ama contar historias y que se pelea por ellas". Como todos los que se reunían en la cafetería Yucatán (que, por cierto, ya no existe).