La noche había sido triunfal. Después de un concierto en el CBGB (la célebre sala neoyorquina de las camisetas por la que pasaron todos los grupos que pintaban algo en los 70 y los 80) con la adrenalina en niveles himalayescos y alguna otra droga zumbando en sus organismos, Debbie Harry y Chris Stein, su novio, se dirigieron a su apartamento. Cuando se disponían a entrar, un individuo los abordó en el portal. Llevaba un cuchillo en la mano. Se parecía mucho a Jimi Hendrix, la mar de estiloso y guay, con un abrigo de piel hasta los pies. Quería dinero. ¿Qué otra cosa iba a querer? Por supuesto, nosotros estábamos sin blanca. Jimi no se conformó e insistió en entrar en el apartamento. Nos pidió drogas y Chris le dijo que teníamos algo de ácido en la nevera. Pero este Jimi no era un loco del ácido e ignoró la particular oferta. Cogió un par de medias viejas y ató a Chris. Con una bufanda me anudó las muñecas a la espalda. Me dijo que me tumbara en el colchón y husmeó en busca de algo de valor. Primero apiló las guitarras y la cámara de Chris, y después me desató y me dijo que me quitara las bragas. Me folló. Luego me dijo que me fuese a lavar. Y se marchó. Sentí mucho miedo. Me alegro de que ocurriese en los tiempos anteriores al sida, si no, me habría aterrorizado. Al final, el robo de las guitarras me dolió más que la violación. A ver, nos quedamos sin equipo.

Quien cuenta en primera persona (y con una cierta ligereza) este episodio pavoroso es quien ponía la voz y el carisma en el grupo Blondie, una de las mujeres con más consideración del rock e inolvidable cantante de 'Heart of glass', 'Call me' y 'Rapture'. Relata esta y otras muchas experiencias, también dignas de leer con el cinturón de seguridad mental puesto, en unas memorias recién publicadas en Gran Bretaña, Face it: A memoir by Debbie Harry (Editorial Harper Collins), de las que el diario The Times ha recogido un amplio extracto.

DADA EN ADOPCIÓN

A sus 74 años, la que fuera rubia oficial de la new wave norteamericana repasa sin filtros su larga carrera, jalonada de excesos, derrapes y algunas colisiones. Nacida en Miami como Angela Trimble poco antes del final de la segunda guerra mundial, su niñez ya no auguraba un futuro de sosiego. Hija de madre soltera, fue dada en adopción y rebautizada como Deborah. A los 14 años tomó una decisión que, sin asomo de exageración, cabe calificar de histórica: se tiñó el cabello de rubio platino y, aun sin saberlo, alumbró un mito.

Vinieron luego años de seguir al pie de la letra la santísima trinidad: sexo, drogas y rock and roll, con las alegrías y turbaciones que acarrea.

Para que no haya dudas, Debbie Harry se deja de retóricas evasivas: Todo dios se drogaba. Recuerda que la primera vez que se metió heroína fue con un batería llamado Gil Fields, que entonces era su novio. Pensé: Oh, esto es muy bueno, qué relajante No tengo que pensar en nada. Cuando me acechaba alguna depre, no había nada mejor que la heroína. Nada. En aquellos años, los 70, nadie se preocupaba por las consecuencias, y tampoco había estudios científicos, dice, que alertaran de los males que podía comportar el caballo.

LA "CHORRA" DE DAVID BOWIE

Poco después de esa epifanía, hubo una época en la que David Bowie e Iggy Pop eran sus mejores compadres, de gira, de escenario y de desbarres. En una de esas, Debbie tenía un gramo de cocaína y, como no le gustaba mucho (me alteraba demasiado y además me hacía daño en la garganta) lo puso a disposición de sus compinches. Se esfumó en breves segundos por esas narices y Bowie, quién lo iba a decir del icono del glamur, hizo una de las suyas: Se sacó la chorra. Como si yo fuera una comprobadora oficial de pollas o algo así. Era de un tamaño considerable y le encantaba sacársela delante de hombres y mujeres. Fue muy divertido, adorable y sexy.

Mucho más tormentosos resultan otros pasajes, como la vez que estuvo a punto de caer en las garras de un famoso asesino en serie (de hecho cayó, pero logró huir) o cuando su pareja, Chris Stein, enfermó y también escapó de las garras de la muerte, milagrosamente.

Nueva York, dos de la madrugada. Debbie se dirige a una fiesta. Calza unos taconazos con los que caminar es una tortura, pero no hay taxis. Y entonces: ¿Te llevo?, le dice un individuo desde el interior de un coche que se pone a su altura. No, gracias, contesta la rubia sin detenerse. El tipo insiste varias veces hasta que ella visualiza la imagen de sí misma andando durante una hora más encima de aquellos zapatos que le muerden los pies, y cede.

ENCUENTRO CON UN ASESINO

Mi primera impresión del conductor es que no era feo. Bajito, moreno, con el pelo ondulado, de hecho era guapo. Le agradecí que me llevara y no hubo más conversación, siguió conduciendo en silencio. No tardó en llegarme su hedor. Un terrible olor corporal que casi me quemaba los ojos. Hacía mucho calor en el coche y solo había una pequeña rendija en la ventanilla, intenté bajarla pero no había manivela. Tampoco había maneta para abrir la puerta. Entonces me di cuenta de que el tablero solo tenía el hueco de la radio y la guantera. El coche había sido despojado de cualquier otro elemento. Me asaltó una sensación que jamás olvidaré. El vello de la nuca se me puso de punta. Todos mis instintos estaban en alerta máxima. De alguna manera conseguí meter la mano por la rendija de la ventanilla y abrir la puerta con la maneta exterior. Cuando él se dio cuenta giró bruscamente a la izquierda y yo salí despedida por la puerta, di con mi culo en el asfalto. No me hice daño y por suerte él no volvió. Me levanté y me fui a toda leche hacia la fiesta.

Debbie borró aquel desagradable episodio de su cabeza hasta que, 15 años después, el vello de su nuca volvió a erizarse. En un vuelo a Los Ángeles, leyó en un periódico la historia del asesino en serie Ted Bundy, que acababa de ser ejecutado en la silla eléctrica. Había una foto suya y una descripción de su coche y de su modus operandi, de cómo captaba a sus víctimas, y coincidía exactamente con lo que me ocurrió a mi. La cantante de Blondie añade que su versión ha sido desacreditada a menudo, porque cuando ella se llevó el susto se supone que Bundy estaba en Florida, y no en Nueva York. Sin embargo, es tajante: Era él.