Al parecer, Mel Gibson cree haber cumplido con su penitencia. Ha pasado la última década marginado por la industria cinematográfica a causa de unos comentarios antisemitas y, después, también del maltrato infligido a una de sus novias. Ha sufrido humillaciones públicas y ha pedido perdón varias veces, y está impaciente por la reinserción. Eso explicaría no solo que su primera película como director en 10 años cuente la historia de un hombre moralmente noble que atraviesa su propio calvario y sufre castigos y finalmente ve la luz, sino también que en el proceso se le haya ido la mano como lo ha hecho.

A decir verdad, la búsqueda de la redención a través de niveles inhumanos de sufrimiento es un tema que en realidad siempre ha fascinado a Gibson. Ya fue el eje central de sus dos películas previas más recientes, 'La pasión de Cristo' (2004) y 'Apocalypto' (2006), pero lo cierto es que nunca lo había tratado con una intención tan obvia e impúdica de bajar las defensas del espectador como lo hace en'Hacksaw Ridge', que ha presentado fuera de concurso en laMostra.

DEL CASTIGO A LA DISTINCIÓN

La película cuenta la historia de Desmond Doss (Andrew Garfield), que durante la segunda guerra mundial se alistó voluntario para servir en el frente como médico, y que por su negativa a empuñar un arma (sus convicciones religiosas se lo prohibían) fue sometido a castigos y vejaciones y hasta la cárcel antes de enfrentarse al verdadero infierno en el campo de batalla de Okinawa. Los actos increíblemente heroicos que allí llevó a cabo -salvó 75 vidas- lo convirtieron en el primer objetor de conciencia en ser distinguido con la Medalla de Honor.

En su búsqueda de nuestra respuesta emocional, Gibson nos arroja las escenas a la cara como un púgil que lanza golpes a un contrincante arrinconado. Primero, a través de una primera mitad de metraje que relata la infancia de Doss y su primer amor y su ingreso en el ejército, y que para hacernos amar al personaje recurre a los más sobados clichés de los melodramas bélicos; después, sobre todo, con una segunda mitad que contiene las que posiblemente seanlas escenas bélicas más 'gore' jamás filmadas.

En efecto, durante más o menos sus últimos 60 minutos 'Hacksaw Ridge' es un festival de cabezas que explotan, cuerpos partidos en dos, vísceras que cuelgan como tiras de carne picada y ratas que mordisquean los brazos y piernas desperdigados por el fango. Cierto que a ratos esas escenas son visualmente deslumbrantes, pero su repetición y desmesura -la mitad de ellas nos habrían bastado para pillar la idea- hacen que las carcajadas oídas en Venecia durante la proyección de la película para la prensa resulten inevitables.

BRUTALIDAD Y FE

Asimismo , hay algo inconfundiblemente hipócrita en una película como 'Hacksaw Ridge', que para rendir homenaje a un hombre pacifista no solo se recrea de forma obscena en la guerra con todos esos planos de cuerpos envueltos en llamas que vuelan por los aires, sino que justifica el belicismo envolviéndose en alusiones a la Biblia y Dios Todopoderoso. En ese sentido, por otra parte, es cierto que a lo largo de su carrera el propio Gibson ha servido de prueba viviente de que la brutalidad y la fe no tienen por qué ser incompatibles: "Yo rezo, cada día. No lleva mucho tiempo. Pero no tengo más remedio que creer en un poder superior, porque si tengo que confiar en mí mismo para salvarme, estoy perdido", bromea el director.

Posiblemente sea del todo lógico que 'Hacksaw Ridge' haya sido concebida como un acto de expiación, pero, ¿tenía que ser tan cursi y tan bruta a la vez? ¿Tenía que explicitar sus temas tratando a sus personajes como pancartas andantes? ¿Tenía que ser tan obvia en sus metáforas religiosas? Tal vez Gibson obtenga el perdón de Hollywood muy pronto, y eso está bien. Pero es una pena que ese perdón no llegue motivado por una película mejor.