Andrés Pajares irrumpe en un despacho de abogados con una pistola de juguete. Blande también un espray de defensa y se camufla patéticamente bajo una gorra y un bigote postizo. El burdo atraco acaba con los huesos del actor en un calabozo madrileño. Días después, monta un guirigay en su habitación del hotel Arts de Barcelona y acaba en el hospital, y no precisamente atendido por esas neumáticas enfermeras con ligueros blancos de sus películas setenteras.

No, no son estas escenas de chufla extraídas de Los bingueros, La hoz y el Martínez o Agítese antes de usarla . Es la vida real, es Pajares a los 68 años, fuera de sí, con la cara inyectada de bótox y la mente dañada. Y lo que da es pena. Pena por ver a una institución de los cómicos españoles, capaz de arrasar a principios de los 80 con El liguero mágico y Yo hice a Roque III , capaz de cautivar a la crítica con Ay, Carmela en los 90, hundido en su enfermedad.

Más pena aún dan los buitres rosas que revolotean sobre su cadáver artístico. Visiblemente desnortado, nadie sabe a causa de qué, Pajares demostró recientemente que aún le queda un reducto de dignidad y retranca. Fue su última aparición pública en ¿Dónde estás corazón? (Antena 3). El necesitaba dinero. Ellos, carnaza. Al final él se llevó la pasta y ellos apenas pudieron hincarle el diente. "Lo que a mí me pasa es una gilipollez muy dura", fue lo único en claro que le sacaron entre un sinfín de incoherencias y pavoneos sexuales.

RESURGIMIENTO En lo que va de siglo, a Pajares se le conoce más por su intrincado culebrón familiar que por su trabajo. Sus últimos intentos de resurgimiento artístico han acabado en el caos y el despropósito. Primero fue, en el 2006, un amago de volver con Fernando Esteso, su pareja artística de los 70, en una parodia de El código Da Vinci titulada El código Aparinci , que ni siquiera Ozores se atrevió a rodar. Y ya a principios de este año, coincidiendo con sus 50 años de carrera artística, estrena en Madrid A mi manera... de hacer , donde recrea sus números más populares y anécdotas de su vida. Su intención es hacer 50 funciones, una por cada año de trayectoria. Pero la obra se estrena el 6 febrero en el Teatro Arlequín y se suspende el 28 del mismo mes, por falta de público (la media no supera el 20% del aforo).

El batacazo mina aún más el endeble anclaje psicológico del artista, que ingresa en una clínica con crisis de ansiedad. Sus trabajos de prestigio en los 90 no tuvieron continuidad, y ya nadie le llama el Alberto Sordi español. Lejos de renegar de ella, Pajares defiende ardientemente esa etapa: "Cuando me dicen: ´Joder, macho, qué bien estabas en ¡Ay Carmela! , el trabajo que te costaría pasar de las películas que hacías con Esteso a entenderte con Saura... ´ ¿Trabajo? Cuando tienes un guión tan bueno, un personaje tan potente y una producción tan cuidada, todo es coser y cantar. Oficio se requiere para estar a las ocho de la mañana sujetándole la teta a una tía y hacer el paripé de estar cachondo", dijo.

TALENTO En 1949, a los nueve años, Pajares ganó un concurso radiofónico contando un chiste y le dieron 25 pesetas. Hoy, a los 68, él, sus exmujeres y sus hijos rascan sus milloncejos en los programas rosas. Pero conviene no olvidar que, de todos ellos, aquí el único que ha trabajado y vivido de su talento, se llama Andrés Pajares. En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, es un cómico español con mayúsculas, de esos a los que Bardem dedicó su Oscar.

Pajares empezó muy joven trabajando en las compañías de Antonio Machín, Tony Leblanc y Manolo Escobar. Formó luego su compañía de revista, alternando los escenarios con el café-teatro. Intervino también en programas de televisión. Se inició como actor de cine a finales de lo 60 con papeles secundarios. Su colaboración con Esteso comenzó en 1979 con Los bingueros y se cerró en 1983 con La Lola nos lleva al huerto . La llamada de Berlanga para Moros y cristianos (1987) cambió su rumbo artístico.

Hedonista, mujeriego y presumido, Pajares aún sabe reírse de sí mismo y se autodenomina el gato con bótox . Su web está repleta, sin embargo, de agrias vendettas , sobre todo contra Jesús Mariñas. A sus hijos, que le sacan los ojos, solo les dedica un irónico mensaje: "Hola, corazones. Papá está de puta madre".