En la tarde-noche del pasado 14 de julio, tomando el fresco en la plaza mayor de Espejo (Córdoba), Francisco Castro, de 82 años, señalaba a este diario dónde tomó Robert Capa su fotografía del miliciano caído. En las fotos reconocía un cortijo, unos molinos, un camino... Recordaba a los milicianos de Alcoi paseando despreocupados por esa misma plaza. Pero había algo en las fotos del grupo que no le cuadraba. "Ese debe de ser de aquí porque lleva una pamela, el sombrero de paja que se ponía la gente para trabajar en el campo".

En efecto, entre los milicianos que llevan gorrillas con las siglas de la CNT bordadas (Espejo era un feudo comunista, en cambio) o cascos reglamentarios, solo uno corre arriba y abajo con su fusil y un sombrero que hoy no desentonaría ni en una playa ni en un olivar. Ha pintado en él las siglas de la CNT, el lema UHP (Unión, hermanos proletarios) y una frase guerrera: combate y asalto (grupo de combate y asalto, quizás).

Días después, Carles Querol, que había pasado más de medio día con los periodistas de este diario buscando el lugar de la fotografía, recibía una llamada. Las hijas de Dolores Sánchez, de 90 años, le habían leído la noticia. Ella, que apenas ve ya, les pidió que preguntaran si en las fotos se veía a un miliciano con pamela.

Dice que a los 16 años le dio su sombrero a un miliciano en agosto de 1936 en su pueblo, Pedro Abad (Córdoba). "Lo miré y él me miró y hacía tanta calor que le dije: "toma, para el sol, y le di mi sombrero, que era nuevo y bonito", cuenta. Iban o venían de la estación de tren, no lo recuerda. Sí recuerda los años de cárcel de su padre, de su madre, presidenta de las Mujeres Antifascistas, de su marido, Juan Lozano, que fue guerrillero en los Pirineos, preso político...