En julio de 1991, la trompeta de Miles Davis (en la foto, en la grabación del disco Kind of blue, en 1959) sonó por última vez en la plaza de la Vilette de París. Falleció poco después, a los 65 años. Hoy, a escasos metros de donde se celebró el concierto, la capital francesa le rinde homenaje con la primera exposición retrospectiva sobre esta leyenda del jazz.

Hasta el 17 de enero, la Cité de la Musique invita a realizar un recorrido acústico y visual por la vida del músico estadounidense. La muestra, titulada We Want Miles (Queremos a Miles), reúne partituras originales, programas de conciertos, filmaciones, discos, trajes, objetos personales, fotos, pinturas de Jean-Michel Basquiat e instrumentos musicales.

El universo personal y artístico de Miles Davis ha sido escrutado por el comisario de la exposición, Vincent Bessières, para ir más allá de la mitificación del personaje. Lo presenta con sus glorias y sus miserias, con sus "evoluciones-revoluciones" musicales, y su descenso a los infiernos de la drogodependencia.

Hijo de la burguesía negra de Saint Louis (Illinois), Davis se sintió atraído desde joven por el bebop , la vanguardia del jazz. El músico atribuía su vocación a la climatología: "Todo lo que sé es que un año después de mi nacimiento un violento tornado asoló Saint Louis. Quizá aún esté animado por su fuerte soplido. Hay que soplar para tocar la trompeta. Creo en el misterio y en lo sobrenatural".

La exposición pone de relieve la gran capacidad del trompetista para soplar en la dirección del viento, adaptándose a las corrientes musicales de cada época, desde el jazz clásico hasta el funk pasando por el sonido eléctrico y el rock. Su pasión por el lujo, el dinero y las mujeres tampoco es pasada por alto. Glorias francesas como la cantante Juliette Greco --con la que mantuvo un idilio en 1949-- sucumbieron a sus encantos. El jazz comparte espacio con su afición por el boxeo pero sin arrancarle de la espiral de autodestrucción.