La humildad es frecuentemente confundida con una falta de valor u orgullo: la persona se relega a un segundo plano, cuenta con baja autoestima y no sabe mostrarse ni pedir lo que necesita. Sin embargo, esta concepción, a veces basada en un modelo religioso y tradicional, se aleja de lo que es realmente ser humilde y contar con esta virtud entre el repertorio personal.

La humildad nos ayuda a anclarnos a la realidad, a sabernos mover entre el expresar lo que sentimos y necesitamos de forma asertividad y la modulación del ego. Nos ayuda a tener mejores relaciones, evitar conflictos realmente innecesarios y poder estar más cómodos con nosotros mismos. Se incluye dentro de las 24 fortalezas personales de la Psicología Positiva que estructuró Martin Seligman y aparece también reconocida en grandes líderes y personajes históricos. Algo que parece ser simplemente innato pero que también puede construirse y potenciarse.

SER MÁS HUMILDE

Si nos fijamos en personas de nuestra vida, podemos reconocer fácilmente esta fortaleza. Tienen un carácter dócil y empático, saben valorarse pero no exaltan en exceso sus logros. No existe, efectivamente, esta falta de valor que erróneamente se asocia a la humildad de forma tradicional. De hecho, personajes de ficción con grandes dones son fácilmente reconocidos por su humildad, como algunos superhéroes.

Poder valorar esta virtud y aplicarla a nuestra vida nos llevará un mayor o menor trabajo, dependiendo del punto del que partamos, pero siempre podrá ser construida. A través de las siguientes pautas podrás empezar a aplicar la humildad a tu vida:

1. Lo que soy

La valoración real de una persona se basa en el reconocimiento y distinción de un concepto básico: lo que soy difiere de lo que tengo o de lo que hago. No somos la profesión que ejercemos, la casa que tenemos o la ropa que vestimos. Sí pueden expresar rasgos de nuestra personalidad o necesidades más o menos cubiertas. Sim embargo, el verdadero ser está dentro de uno mismo. Una vez llegada a esta verdadera esencia, conectamos con nuestro interior y podemos empezar a caminar seguros hacia la humildad.

2. Lo que son los demás

Este punto se encuentra relacionado con el anterior, el cual es el prioritario. Debemos saber reconocer la identidad de los otros, de forma independiente a su estatus social, sus posesiones materiales o el trabajo que ostenta. Un principio básico que se erige desde la deconstrucción del privilegio, la eliminación del prejuicio y la ruptura con nuestras creencias limitantes.

3. Me equivoco

Una de las barreras que más nos separan de la humildad es la creencia de que siempre tenemos la razón. Es algo ciego que nos hace, como mucho, dar la razón al otro para evitar discusiones. Sin embargo, debemos partir de la premisa de que en el mundo no existe una realidad objetiva, sino que es vivido desde la percepción sesgada de cada persona. Por tanto, todo está abierto al error o la equivocación, incluso hay más de una verdad en algunos casos.

4. Confianza

Para podernos abrir a la humildad, debemos confiar tanto en nosotros mismos como en los otros. Esto implica saber que pueden hacernos daño y que, de hecho, por estadística, nos lo harán, pero siempre contaremos con las herramientas necesarias que nos hagan superarlo. Confiar en el otro sin perder de vista nuestras necesidades es requisito indispensable para llegar a los demás y tener mayor confianza.

5. Fíjate en los demás

Cuando queremos aspirar a obtener una habilidad, lo ideal es buscar un referente del que podamos fijarnos y aprender ciertos elementos. Siempre debe ser alguien cercano y con el que nos podamos identificar fácilmente.

La humildad huye de la pretensión y el egoísmo ciego, no hay interés en dañar al otro y se sabe modular la soberbia. Sin embargo, sí hay un punto que no debe pasarse por alto: el egoísmo razonable. Debemos ayudar al otro sin perdernos, escuchar sin desatendernos y pedir sin invadir. Ser humilde es necesario para tener mejores relaciones, pero siempre sin dejar de escucharnos a nosotros mismos.