La tentación de un rato saltando entre olas y con los amigos pudo más que la presión mediática y los cientos de curiosos que no le quitaban un ojo de encima, tal vez con envidia por ser los que disfrutaban de una playa cerrada en exclusiva sin tener que compartir sombra de la misma sombrilla. La pequeña Sasha Obama robó ayer todo el protagonismo de las vacaciones españolas a su madre, Michelle, que apenas se dejó ver entre hamacas balinesas degustando zumos. Y tras la playa, una excursión a un parque de aventuras entre animales salvajes en plan safari, pero cambiando las montañas por bloques de pisos a lo lejos. Tras terminar "muy cansadas" de la visita a Granada, según quienes las vieron, por fin llegó el día en que las Obama optaron por descansar y dedicarse al placer de no hacer nada antes de volver a la carga de las visitas culturales y oficiales a Ronda y Mallorca. La familia del presidente de EEUU decidió disfrutar de las ventajas de un club privado de playa, y nunca mejor dicho. Tras pedir el pertinente permiso a Costas, el hotel Villa Padierna pudo acotar en exclusiva para la hija del mandatario norteamericano 45 metros de playa, al borde de las cuales se agolpaban cientos de veraneantes que vieron cómo no podían plantar la sombrilla en el sitio habitual. Algunos de ellos fueron registrados por las fuerzas de seguridad nada más acceder a la arena.

Entre ellos, Sasha y sus tres amigas se desenvolvieron como estrellas acostumbradas a la alfombra roja. Pese a sus nueve años, no se dejaron intimidar por los cientos de cámaras y móviles enfocándolas y se dirigieron a la orilla como si la cosa no fuera con ella.

Si cualquier niño tiene que soportar que su progenitora no le quite ojo de encima desde la orilla, en esta ocasión el papel madre recayó en dos de los escoltas del servicio secreto, que se "extralimitaron" en sus funciones. Les tocó pasar dentro del agua, impávidos gracias al traje de neopreno para soportar las frías aguas malagueñas, las casi dos horas que estuvieron las niñas sin salir del mar. Saltando las olas, luego nadando, luego que traigo la tabla de surf, ahora que no la puedo usar porque hay mucho oleaje, ahora que me salgo porque tengo algo en el pie.

"Se iban a quedar descolorías con tanta agua", reía la socorrista a la que se permitió estar en la zona reservada, mientras otros bromeaban con la insolación de uno de los guardaespaldas que estuvo en el agua.

Mientras, mamá Michelle, con un vestido negro y un pañuelo en la cabeza, mataba el tiempo con otras amigas descansando bajo unos enormes toldos, ocultas con otras sombrillas de cualquier mirada pública. Tal vez para evitar nuevas críticas de algunos medios de comunicación norteamericanos por el dispendio de sus lujosas vacaciones en tiempos de crisis --cuatro noches a 5.000 euros cada una vale la villa en que se alojan-- y que han llevado a diarios como el New York Daily News a tildarla de "moderna Maria Antonieta".