Esta vez no ha sido un SMS anunciando el nacimiento de un nuevo miembro de la Casa del Rey. Ni una imagen que bate récords en YouTube con una intervención sorprendente. El anuncio del "cese" de hostilidades conyugales de los duques de Lugo ha llegado a través de un clásico comunicado oficial. Pero el impacto mediático de la separación "temporal, sin ruptura legal" tendrá un gran efecto. Primero, porque rompe la imagen idílica de la familia real. Segundo, por el protagonismo mediático que han tenido los miembros de la Casa Real y, en particular, el Rey las últimas semanas. Tercero, porque seguirá alimentando el debate sobre el papel de nuestra Monarquía constitucional hoy.

El tratamiento público de la vida privada de cada uno de los miembros de la Casa Real también necesita "un tiempo para meditar". La sobreexposición mediática, el inevitable momento de transición entre Juan Carlos I y el príncipe Felipe, el debate constitucional para adecuar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, sitúa a la Monarquía como institución en el centro del debate político y social.

El afecto y respeto por la Casa Real, durante 30 años, han sido correspondidos con mesura y discreción. Alterar el delicado equilibrio de su posición para tener más protagonismo en el ámbito de "lo social" puede traer problemas a la institución para seguir siendo útil a la democracia. La discreción es la llave del futuro. Parece que ahora se muestran signos de no saber gestionar ese valor intangible que tanto se les admira: saber estar, posar y representar en su justa medida. Pocas palabras y mucho gesto. Elena, la de las lágrimas olímpicas, la más ausente, víctima del rumor cruel, empieza una nueva vida, pero deberá guardar sus palabras. Por ella, "por el bien de sus hijos" y por la Monarquía.