La noche en que iba a desaparecer, el suizo Pascal Henry la empezó con una copa de champán Gosset Grande Réserve. Frío, dorado, ligeramente burbujeante. Huellas de higos secos, cerezas confitadas y almendras tostadas en el paladar. Perfecto para abrir paso a un rosario de 32 platos en el mejor restaurante del mundo.

Alto, vestido con americana y polo negros, monsieur Henry había llegado a El Bulli con la última luz del día. Sentado solo a una mesa del restaurante de Ferran Adrià en la Costa Brava, el hombre sorbía con semblante concentrado y satisfecho su copa de champán. En la mesa, junto a él, reposaba una libreta en la que anotaba sus experiencias gastronómicas. En la silla vacía, un sombrero de fieltro marrón y una bolsa de mano.

EL COMENSAL SOLITARIO Como un personaje literario de Paul Auster, a punto de sufrir el golpe de azar que transformará su vida y su destino, o como otro de Enrique Vila-Matas, cobando la huida del mundo, la renuncia a sí mismo, el pase a la clandestinidad vital, la noche en que iba a desaparecer, la del 12 de junio pasado, jueves, monsieur Henry era la única persona que cenaba sola en El Bulli.

La soledad de Henry en el concurrido comedor no era su única particularidad. El hombre había iniciado el 5 de mayo una ambiciosa ruta gastronómica que durante 10 semanas había de llevarle a los 68 restaurantes del mundo con tres estrellas Michelin. El Bulli era la etapa número 40. A los 28 siguientes, no llegó.

No era (o no es) Henry una persona huraña. Al menos, la noche en que iba a desaparecer no lo parecía. Después del ágape, el hombre no dudó en invitar a su mesa a una periodista que cenaba con un grupo de amigos en una mesa contigua y que había sido avisada por un camarero de la maratón gastronómica en la que estaba enfrascado aquel comensal solitario.

BILLETERA OLVIDADA Henry explicó a la periodista el reto que se había propuesto y le dio una hoja con el detalle de fechas y establecimientos de su ruta. Cuando iba a darle una tarjeta con sus señas, reparó en que se había olvidado la cartera. Apurado (o aparentemente apurado), rebuscó en los bolsillos y en la bolsa de mano. Nada. Alertó al camarero del embarazoso olvido y le dijo que regresaba a su hotel a por la billetera. Dejó en la mesa la libreta, la bolsa y el sombrero. "Vuelvo enseguida", dijo. "No es necesario. Llévese sus cosas y ya volverá mañana", repuso el camarero. "No, muchas gracias. Regreso en un momento".

Nunca más se supo de él. Un par de horas después, el comedor ya vacío, Adrià expresaba su extrañeza al grupo de la periodista en la terraza. ¿Un listillo, un timador? "No. Ha pasado ya por 40 restaurantes de la lista", explicaba Adrià. ¿Un millonario excéntrico? "Creo que tampoco. Tiene un sueño y ha invertido sus ahorros en hacerlo realidad. Otros se compran un Audi. Volverá mañana". No volvió. Esa era la noche en que Pascal Henry iba a desaparecer.