Historiador

Suenan tambores de guerra. Y a no ser que puedan evitarlo las voces de millones de ciudadanos de todo el mundo, la postura contraria de muchos países o los múltiples y variados esfuerzos diplomáticos, le habremos dado, una vez más, otra puñalada a la paz. No es creíble que en pleno siglo XXI sigamos resolviendo los problemas del mundo con el solo uso de la fuerza. No aprendimos de las guerras habidas en el siglo pasado, que se saldaron con países destrozados, pueblos enteros sometidos al horror, millones de inocentes muertos... Se dice que una de las enseñanzas de la historia es aprender de los errores del pasado para no volver a cometerlos de nuevo. Ahora no es así.

Como seres humanos, convenzámonos ya de que la guerra siempre es un error, siempre es injusta, interesada, irracional, desproporcionada, inmoral, maniquea, manipuladora y mortal. En definitiva, inexplicable. En su lugar, luchemos por la paz, con la razón, el diálogo, la inteligencia, la política, la diplomacia, la comprensión, la solidaridad, la justicia. Por ello hay que decir no a la guerra , pero no para criticar al Gobierno ni a nadie, sino porque eso es decir sí a la paz .

Esta guerra es innecesaria porque no hay argumentos sólidos para hacerla. Ni los inspectores de la ONU, ni la Administración Bush, ni algún experto internacional puede esgrimir pruebas fehacientes de que Irak cuenta con armas de destrucción masiva. No hay pruebas irrefutables. Sólo se supone.

El Papa, la Iglesia como institución y, en concreto, nuestra Conferencia Episcopal Española, califican esta guerra preventiva como inmoral. Entonces, ¿qué dicen los ciudadanos católicos que aún aplauden esta guerra? ¿Y qué dicen los gobiernos con expresadas convicciones católicas, tales como Italia o España, que la apoyan incondicionalmente? ¿A quién siguen, a Dios o al diablo?

Esta guerra también es inmoral porque sufrirán miles de hombres, mujeres, ancianos y niños, que, además de estar sometidos a la barbarie de un dictador que tiene sumido al pueblo en la absoluta miseria y la opresión, estarán expuestos a la muerte y al horror de una guerra que les llega de fuera.

Pero estar en contra del conflicto, de Bush y de los gobiernos que le siguen, no quiere decir que aplaudamos al sanguinario dictador Sadam. A Hussein hay que neutralizarlo y desarmarlo si es necesario, pero utilizando medios pacíficos que lleven al diálogo, la negociación y la diplomacia, pero nunca a la guerra, porque él nunca la sufrirá tanto como su pueblo. ¡A cuántos dictadores sanguinarios y corruptos, no solamente no se le ha hecho la guerra, sino que se les ha apoyado y bendecido alegando oscuras alianzas y conveniencias!

Si, además, como parece, las conveniencias se presentan en forma de intereses petrolíferos, entonces esta guerra se convierte en una maquiavélica arma para ser aún más perverso, inmoral e injusto.

Yo creo que a los gobernantes que apoyan la guerra, los ciudadanos, máxime después de haber visto las multitudinarias manifestaciones, les pasarán factura. Pero mientras, paremos la guerra para no vivir de nuevo su horror, su tragedia y sus consecuencias, que nunca sabremos cómo van a ser.