La victoria de la izquierda en la primera vuelta de las elecciones regionales del domingo ha hecho probar a Nicolas Sarkozy el amargo sabor de una derrota electoral por primera vez desde que accedió al Elíseo, en mayo del 2007. Sus principales enemigos han sido una tasa récord de abstención --el 53,6% de los electores se quedaron en casa-- y la vigorosa recuperación de la ultraderecha de Jean Marie Le Pen, que obtuvo el 11,7% de los sufragios. Las dos fórmulas empleadas por sus votantes para mostrar su descontento minan al jefe del Estado y cuestionan su estrategia política.

Tras alcanzar el porcentaje de votos más bajo (26,1%) desde 1958, la derecha lo tiene muy difícil para reconducir la situación en la segunda vuelta, el próximo domingo. El resultado del Partido Socialista (PS) (29,4%) sumado a los ecologistas (12,4%) y las pequeñas formaciones de izquierda representa más del 50% de los votos incluso donde la derecha va en cabeza, como en la región parisina.

LA IZQUIERDA NEGOCIA La primera secretaria del PS, Martine Aubry, inició ayer mismo las negociaciones para fusionar candidaturas en el segundo escrutinio y "cerrar el paso a la derecha" en las 22 regiones de la metrópoli y las cuatro de ultramar. El sueño está al alcance de la mano, puesto que los dos únicos feudos en los que gobiernan los conservadores, Alsacia y Córcega, se tambalean. Para empezar, el PS anunció ayer un pacto nacional con los ecologistas.

Después de haber incorporado a formaciones que van desde una escisión del Frente Nacional (FN) de Le Pen a los liberales, el partido de Sarkozy, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), carece prácticamente de margen de maniobra para incorporar a votantes procedentes de otros caladeros. El FN no quiere ni oír hablar del asunto. En 12 regiones ha superado el 10% de los votos necesario para pasar a la segunda vuelta y piensa jugar a fondo la oportunidad de disputar "unas triangulares".

El resultado del domingo constituye una auténtica revancha para el viejo líder ultra, que en el 2007 vio cómo Sarkozy se apropiaba de su discurso identitario y fagocitaba a la mayor parte de su electorado. El FN inició una caída en picado que alcanzó su punto más bajo en las legislativas del 2007, cuando el partido que en el 2002 había logrado pasar a la segunda vuelta de las presidenciales con un 16% de los sufragios se quedó en un 4%.

Los efectos de la crisis econó- mica y la apuesta, muy personal, de Sarkozy de incorporar al Gobierno a dirigentes de la izquierda han jugado en contra de la movilización de la derecha. La estrategia del presidente de mantener importantes e impopulares reformas también ha sido contraproducente. Le Pen ha pescado en estas aguas revueltas y ha vuelto por sus fueros --aunque sin alcanzar el 14,7% de las regionales del 2004-- con un beligerante discurso identitario y antisarkozista. No ha dudado en surfear en la oleada antiislámica que invade Europa, con el ascenso en Holanda del partido de Geert Wilders, que rechaza a los musulmanes, y el no a la construcción de minaretes en Suiza. En este contexto, a la UMP no le queda otra salida que jugar la baza de la movilización de los electores que han querido mostrar su descontento y su desconfianza hacia la política renunciando a acudir a las urnas.

El feudo más emblemático de la derecha, la isla de Córcega, ha decidido castigar también al partido del Gobierno y premiar el esfuerzo de unidad de los partidos nacionalistas. La candidatura conjunta de las dos principales fuerzas de matriz corsa ha obtenido un 18,5% de los votos, que sumados los independentistas de Corsica Libera (9,4%) dan a los nacionalistas el 28% de los sufragios frente al 21,3% de la UMP. Con un 15,4% de los votos, los socialistas tienen más posibilidades que la derecha de alcanzar un acuerdo con los partidos corsos para la segunda vuelta.