La política de tolerancia cero que se ha impuesto en Estados Unidos desde que se destaparon los abusos sexuales del todopoderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein recorre todos los ámbitos de la vida pública. Desde el periodismo y el deporte al cine o la política. Tanto es así que no pasa una semana sin que se materialice la defenestración o el escarnio de otro personaje público. El último en caer ha sido el senador demócrata por Minnesota, Al Franken, acusado por ocho mujeres de conducta sexual inapropiada. Franken anunció ayer que dimitirá «en las próximas semanas» después de que su partido, principalmente las senadoras demócratas, hubieran exigido su renuncia. La suya es la segunda dimisión en el Congreso en menos de una semana.

Al Franken llegó al Senado en el 2009 tras una prolífica carrera como cómico y guionista, forjada en programas tan populares como Saturday Night Live. Con su lengua afilada y sus credenciales progresistas se había convertido en uno de los representantes más visibles de la Cámara alta y su nombre sonaba como potencial candidato para las presidenciales del 2020. Esas aspiraciones han quedado ahora virtualmente finiquitadas, a pesar de que Franken ha negado las acusaciones que le persiguen desde hace tres semanas, principalmente por manosear y besar a varias mujeres sin consentimiento, episodios que preceden a su entrada en política.

«Algunas de las alegaciones que se han vertido contra mí, sencillamente no son verdad. Otras las recuerdo de forma muy diferente», ha dicho Franken en un discurso desde el estrado del Senado, donde ha reconocido, en cualquier caso, que el escándalo se había vuelto demasiado prominente para seguir desempeñando sus funciones con normalidad.

Franken se irá no sin antes poner en evidencia la actitud del Partido Republicano, que parece haber condonado las acusaciones de acoso sexual que pesan sobre Donald Trump desde el año pasado o las que persiguen a Roy Moore, el candidato conservador por Alabama al Senado, quien presuntamente mantuvo relaciones con menores adolescentes cuando rondaba la treintena y trabajaba como juez. «Yo más que nadie soy consciente de la ironía que supone que yo me marche cuando un hombre que presume en un vídeo de su historial de abusos sexuales se sienta hoy en el Despacho Oval y otro que ha cazado repetidamente a jovencitas está haciendo campaña para el Senado con todo el apoyo de su partido».

La presión de sus correligionarios ha sido el factor determinante de su caída. Inicialmente los demócratas le pidieron que se sometiera a una investigación del Comité Ético del Congreso, pero a medida que se amontonaban las acusaciones pidieron su cabeza. «Ya basta», dijo el miércoles la senadora demócrata, Kirsten Gillibrand. «Tenemos que trazar una línea roja y decir que nada de esto está bien ni es aceptable».

Franken es el segundo congresista que renuncia, después de que el martes lo hiciera el también demócrata John Conyers, el diputado más longevo de la Cámara de Representantes, donde ha servido 52 años. Conyers tampoco ha reconocido ninguna culpabilidad ni pedido perdón a sus presuntas víctimas. En su carta de renuncia se limitó a decir que ha tomado la decisión de jubilarse, decisión que hará efectiva de forma inmediata. El congresista afroamericano tiene 88 años.