En el aeropuerto internacional Touissant Louverture de Puerto Príncipe, donde la ONU ha establecido su centro de operaciones después de que el terremoto destruyera su sede central, quedaba ayer en evidencia el esfuerzo internacional por intentar que esos trazos caóticos que durante tantas décadas han puesto a Haití al borde ya no del abismo, sino del abismo total, no hagan de la tragedia un desastre aún peor de lo que es.

A primera hora de la mañana empezaban a llegar al aeropuerto aviones cargados de personal de emergencia, equipos de unidades como el Programa Mundial de Alimentos o la Oficina de Coordinación de Ayuda Humanitaria, de material de agencias como la Agencia Española de Cooperación Internacional.

Los aviones llegaban y aterrizaban a ojo, porque la torre de control no estaba operativa. "Esperamos que a lo largo del día sea reparada", explicó Elizabeth Byrs, portavoz de la oficina humanitaria de la ONU. El Gobierno haitiano alertó a media tarde de que el espacio aéreo estaba "saturado". Como resultado, EEUU paró los vuelos de ayuda.

Se empezaba a cumplir el calendario que suelen manejar los especialistas en desastres: 48 horas iniciales de caos, apertura de la primera línea de ayuda en las siguientes 24 e inicio de la distribución los dos o tres días siguientes. Esta vez, esos especialistas curtidos en mil y una tragedias hablaban destilando cierto temor. "Esto puede ser peor. Ha sido como una bomba atómica. Hay demasiada gente", decía Alejandro López-Chicheri, un español al frente de la comunicación del Programa Mundial de Alimentos.

López-Chicheri embarcó a las siete de la mañana con otros tres trabajadores de la ONU, dos periodistas portorriqueños y dos españoles en una de las decenas de avionetas que salían del pequeño aeropuerto dominicano de La Isabela, donde decenas de periodistas se agolpaban intentando conseguir el preciado asiento --vendido al doble y hasta el triple de su precio habitual-- que les llevara hasta la capital de Haití.

"Normalmente, cuando aterrizas de noche todo está oscuro, solo iluminado por velas, por las luces de los coches, por fuegos", contaba a primera hora del alba desde el aire un capitán danés que trabaja para el Programa Mundial de Alimentos y que hace solo un año compró una casa en Puerto Príncipe.