«La valentía se define cuando uno reúne todo su coraje para ir a votar», dijo un médico afgano a la prensa de su país para resumir la jornada electoral de ayer en Afganistán. Él justo acababa de hacerlo.

Y como él, algunos millones más, aunque se calcula que muy pocos, porque como explicaba el doctor votar en Afganistán se ha convertido en un acto heroico: significa salir a la calle a jugarse la vida para poner un papel en una urna que, por el fraude masivo que siempre ha habido en todas las elecciones en ese país, no se sabe dónde acabará ni para qué servirá. «Espero que esta vez no nos engañen», añadió el médico.

Los talibanes, facción islamista radical en guerra contra el Estado afgano desde el 2001 (desde la invasión estadounidense tras el 11-S), habían avisado: cualquier votante y centro de votación, amenazaron, sería objetivo de sus militantes y bombas.

Hubo ataques en varias provincias, aunque el balance de víctimas fue bajo -dos policías y un civil murieron y 37 personas resultaron heridas-, sobre todo gracias al enorme despliegue establecido. El Gobierno repartió ayer a 70.000 policías por las ciudades del país para guardar las urnas, y al Ejército le encargó patrullar las calles.

Aun así, hubo problemas. La comisión electoral había instalado unos 7.000 colegios electorales por todo el país. Un tercio -los que estaban en territorio controlado o en disputa por los talibanes- no abrieron. Con otros 900 se perdió la comunicación durante la jornada: se cree que los talibanes sabotearon líneas y carreteras.

En los últimos meses, Afganistán ha vivido en un clima de violencia extrema, exacerbado aún más por la ruptura de las negociaciones de paz con los talibanes por parte de Donald Trump. Se espera que una vez superadas estas elecciones, se puedan retomar las conversaciones.