A las siete de la mañana, el Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) se presentó en las residencias Villa Magna, en una de las zonas más acomodadas de la capital venezolana, empujada por un rumor: el alcalde metropolitano, Antonio Ledezma, intentaba burlar el arresto domiciliario. Pero cuando los efectivos llegaron, era muy tarde. Ledezma se había fugado cinco horas antes. Dijo haber cruzado el puente internacional Simón Bolívar con destino a Cúcuta, Colombia, en medio de una travesía que no dudó en calificar «de película».

Todos los días, miles de habitantes de la venezolana Táchira atraviesan el mismo puente para buscar alimentos y mercaderías.

Ledezma se camufló como uno más. Antes de pisar suelo colombiano aseguró haber atravesado 29 puestos de vigilancia.

Los militares y policías que custodiaban esos pasos nunca imaginaron que estaban frente al hombre que, en pocas horas, sería el más buscado del país. El alcalde fue detenido en el 2015, enviado a una cárcel militar y luego a su domicilio, donde cumplía la condena establecida en sentencia.

El líder de Alianza Bravo Pueblo, uno de los sectores más duros de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) y, por lo tanto, reticente a toda posibilidad de diálogo político con el chavismo, tomó la decisión de incumplir su sanción como un modo de estimular a los opositores a tomar otra vez la ofensiva. «Es hora de que comprendamos que con la conciencia de un pueblo no se juega», dijo. Ledezma, quien se prepara para viajar a Madrid, llamó a la MUDM, fracturada tras la derrota en las elecciones regionales, Y le pidió que olvide sus diferencias y vuelva a unirse para presentar una alternativa.