La ceremonia de la confusión. Los alemanes no dieron ayer la mayoría absoluta para gobernar ni a la coalición opositora de centroderecha, dirigida por Angela Merkel, ni a la rojiverde del canciller Gerhard Schröder, en el poder desde 1998. Esto era lo único claro y seguro anoche en Alemania, que se acostó sin saber quién será el canciller que afrontará los grandes retos económicos.

A pesar de que la derecha (CDU/CSU) se situó en primer lugar con el 35% de los votos (3,5 puntos menos que en el 2002), Merkel cosechó el peor resultado de los conservadores desde 1939 y se quedó corta para poder formar una coalición de Gobierno con los liberales (FDP), que se convirtieron en los triunfadores de la jornada, con el 10% de los votos. Los socialdemócratas (SPD) de Schröder tampoco lograron convencer lo suficiente a los alemanes sobre el camino de las reformas seguidas.

A pesar de registrar una erosión de 4,5 puntos, el SPD logró el 34% de los votos y, lo que abrió su esperanza, empataba anoche con sus rivales en número de escaños, cuando el escrutinio no había finalizado. Al canciller Schröder no le pudieron repuntar sus aliados, Los Verdes, que se mantuvieron con el 8,2% de los votos, con lo que ambos partidos no disponían de la mayoría absoluta (48,5%).

CONTRA TODOS LOS DESEOS En contra de los deseos de todos los partidos, los centros financieros y los sindicatos, los resultados parecían empujar al país hacia una gran coalición entre el SPD y la CDU/CSU, una composición política que sólo se dio entre 1966 y 1969. El objetivo de entonces era la lucha contra el paro, la misma preocupación que causan ahora los 4.796.000 desempleados.

Pero esta combinación de colores --el negro conservador y el rojo socialdemócrata-- pasó a ser una más del abanico político, del que sólo quedó excluido el granate --por demasiado rojo-- de los excomunistas del PDS y los disidentes socialdemócratas de Oskar Lafontaine. El partido Izquierda/PDS fue uno de los ganadores, ya que logró entrar en el Parlamento, con el 8,5% de los votos. Con una victoria pírrica en las manos, Merkel aseguró anoche, con la boca pequeña, que contaba "con un mandato claro para gobernar".

La escenificación de su comparecencia fue la de una perdedora. Su traje chaqueta no era del color de la campaña, el naranja de la revolución ucraniana, y en su habitual semblante inexpresivo parecía atisbarse tristeza. No se declaró vencedora y verbalizó la cruda realidad: "No hemos conseguido el objetivo".

A LA PUERTA La candidata, que de momento no tiene todos los números para ser la primera cancillera de Alemania, dijo que hablará con todos, salvo con la Izquierda/PDS. Y, refiriéndose a los que anoche eran los únicos dispuestos a hablar con ella, Merkel dio fe de la firme relación que había con los liberales. Anoche, por lo menos, así lo confirmó el FDP. Su líder, Guido Westerwelle, se declaró "vencedor" y aseguró que no formará parte "de un Gobierno que no signifique un cambio real". Los liberales, que ya han compartido el poder con ambos partidos, se convierten en la pieza más codiciada de los próximos días.

Los teléfonos sacarán humo después de que Merkel y Schröder no soltaran el hueso. El canciller se presentó ayer como un triunfador y defendió los colores hasta en la corbata, roja y verde, e hizo suya la expresión de su deporte favorito, el fútbol, para dejar claro que el partido dura 90 minutos o más, y que ahora estamos en la tanda de penaltis. "Me siento confirmado para seguir velando para que nuestro país tenga también en los próximos cuatro años un Gobierno estable bajo mi dirección", aseguró con sus mejores dotes de comunicador, que necesitará de los liberales para tener mayoría absoluta.

"Me siento ratificado", continuó el canciller, para quien "hay que hacer reformas sin rechazo social". Y prometió abrir conversaciones con todos, salvo con su enemigo declarado, Lafontaine. De la gran coalición, nada. Si ésta resulta la solución, Schröder no formará parte de ella y Merkel la vivirá muy debilitada. Las espadas siguen en alto.