Ningún lienzo, por monstruosas que fueran sus dimensiones, le bastaría a Picasso para pintar el horror de Alepo. La destrucción y el sufrimiento acumulado en la ciudad, así como la ingente cantidad de muerte, le han valido el sobrenombre de “Stalingrado de Siria”. Alepo se ha convertido en un símbolo de la guerra de Siria, que empieza ahora su sexto año, como durante la Guerra Civil española lo fue la localidad vizcaína de Gernika. Solo que multiplicado por más de 200.

La plataforma 'Mártires Sirios', del opositor Consejo Nacional Sirio, lleva contabilizados 29.686 muertos hasta el 31 de enero de 2016. Sin embargo, el número de víctimas mortales podría ser incluso mayor, ya que estas cifras no incluyen los caídos en las filas gubernamentales ni los extranjeros que luchan en favor del régimen de Damasco. Además, el pasado 11 de febrero, un informe del Centro Sirio para la Investigación Política reveló que la cifra total de muertos en Siria desde el inicio rondaría los 470.000 muertos, casi duplicando las estimaciones hechas hasta esa fecha. Unos 400.000 de ellos habrían sido víctimas directas de los enfrentamientos armados.

Hamzeh Khatib, director de un hospital del distrito de Sukkari, en Alepo, da credibilidad a estas nuevas cifras y sabe de primera mano que el nivel de muerte supera los límites de toda lógica. El centro médico que dirige ha sido objetivo de las bombas dos veces, y asegura que “en una veintena de ocasiones” han caídos explosivos en un radio de menos de cien metros a la redonda del edificio.

Las víctimas de las que él tiene constancia son sistemáticamente civiles, y recuerda con especial dolor los pacientes que entraron a su clínica el pasado 9 de febrero. “Ese día, solo en la ciudad de Alepo, murieron siete personas y resultaron heridas 45. La mayoría eran niños, porque los bombardeos [rusos] fueron pronto por la mañana, cuando los niños iban al colegio”, recuerda Khatib.

Las bombas que han regado de cascotes y cadáveres la ciudad siria no han sido cortesía de la aviación alemana e italiana, como en Gernika, sino del Gobierno sirio y, más recientemente, de sus aliados rusos, que apoyan al presidente sirio, Bachar al Asad, en su intento por recuperar Alepo. La ciudad está en su mayoría en manos de la heterogénea oposición siria, que componen desde moderados hasta yihadistas, pero también hay reductos en manos de las milicias kurdo-sirias.

Mahmoud Rashwani, activista y residente de Alepo, ha sufrido tanto los bombardeos rusos como los barriles bomba de Damasco en sus propias carnes. La primera vez que resultó herido fue hace poco más de un mes, cuando conducía su coche hacia el mercado de Kallaseh para hacer unas compras. “De repente, oí un estruendo enorme durante uno o dos segundos y todo se puso oscuro”, rememora, por teléfono. “No podía ver nada -continúa-, y solo oía el ruido del edificio de al lado cayendo sobre mi coche”. Se quedó paralizado unos minutos. “Luego me di cuenta de que aún estaba vivo y necesitaba salir del coche, porque soy claustrofóbico”. Alguien gritó: “¿Estás vivo?”. Rashwani recuerda ahora la aterradora anécdota medio en broma. Aquella vez solo tuvo algunas heridas sin importancia.

La segunda vez que sufrió los ataques del Ejército sirio, a mediados de febrero, trataba de salir de Alepo en dirección a Turquía para conocer a su primera hija, ya que su mujer acababa de dar a luz y se encontraba en el país vecino. La lluvia de bombas rusas le volvió a pillar en el coche. En esa ocasión, su pierna resultó herida. Su amigo, el doctor Khatib, le atendió y le recomendó dos días inmovilizado.

Pero el tipo de bombardeo ha cambiado en Alepo. “El 2014 fue el año de los barriles bomba”, evoca Rashwani. “Caían como entre 40 y 80 barriles bomba en Alepo al día, así que todos nos enfrentábamos a eso varias veces cada día”, señala. “Caían tantos que al final ya dejamos de contarlos”. Rashwani cuenta que era normal ver a gente mirando al cielo y calculando si les iba a tocar en su zona o no, y que él sabía cuándo iban a caer cerca porque veía a los vecinos de las calles aledañas corriendo a buscar refugio.

“Empiezas a oír un ruido que cada vez es más potente y, cuando lo tienes cerca, es como el sonido de un avión pasando”, describe Rashwani, sobre los barriles bomba. Este método, muy usado por el régimen de Damasco, se lanza desde helicópteros, capaces de transportar hasta seis de ellos. Son recipientes metálicos con cientos de kilos de explosivo en su interior, que se pueden acompañar de compuestos químicos u objetos metálicos, que salen despedidos al hacer explosión, creando más destrucción. Rashwani asegura que él ha hallado herramientas y hasta monedas que salieron disparadas en alguno de ellos. Al carecer de modo de guía, este armamento casero arrasa con todo lo que queda en su radio de acción y ha sido responsable de miles de muertes en el país árabe.

Estas bombas también han acabado con buena parte del Casco Antiguo de Alepo, inscrito desde 1986 como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO por una serie de edificios históricos que, según la agencia de la ONU, “forman parte de un tejido urbano armonioso y único en su género”. Ahora perdido.

Antaño la ciudad más poblada de Siria con unos dos millones y medio de habitantes y la segunda en importancia del país, la industrial Alepo también ha visto cómo cientos de miles de personas huían de sus casas hacia Turquía y hacia Europa. Ni uno solo de las decenas de refugiados procedentes de Alepo entrevistados por este diario aseguró huir de Alepo por culpa de la oposición, sino que su odio, su desprecio y la raíz de su huida estaban motivadas por el régimen de Damasco.

En los últimos días, desde la puesta en marcha efectiva del alto el fuego temporal, la ciudad ha visto como varias manifestaciones contra el régimen de Asad tenían lugar en sus calles, en lo que Rashwani considera un recordatorio para Damasco de que la revolución no ha terminado. Falta por ver si esto será un motivo extra para el ensañamiento con un ciudad ya suficientemente castigada.