Una capucha negra, un cuerpo conectado mediante cables a la corriente eléctrica y unos brazos abiertos como quien pide clemencia. Cuando en abril del 2004 salieron a la luz las torturas perpetradas por el Ejército estadounidense en la prisión iraquí de Abu Ghraib, esa fue la imagen que estremeció a todo el mundo. Debajo de ese atuendo pendía la vida de Ali al-Qaisi. Sentado en el sillón de una austera casa unipersonal en la periferia berlinesa, este hombre de gesto afable y pelo blanco recibe a este periodista con una sonrisa que tarda poco en romperse.

A pesar de tener 55 años, Ali presenta un aspecto físico deteriorado. Necesita las muletas para levantarse y al estrecharle la mano uno nota los dos dedos parcialmente amputados de su mano izquierda. Nacido en Bagdad el 6 de agosto de 1962, la vida de este profesor de instituto islámico se truncó con la invasión de Estados Unidos de su país. Quince años después de entrar en Abu Ghraib, explica su historia a este diario.

-¿Cómo vivió la invasión estadounidense de Irak?

-La gente ahora llora por la época de Sadam Husein. Aunque fueron tiempos muy malos, la invasión de Estados Unidos dejó un lugar peor.

-¿Qué vio el Ejército en usted?

-Junto a unos amigos fuimos al hotel donde se hospedaban muchos periodistas y les llevamos a ver la parte de Bagdad que el Ejército estadounidense no quería mostrar. Cuando se publicaron las noticias, fueron al hotel a buscarme y apuntaron mi nombre en su lista. El recepcionista me llamó advirtiéndome de que no volviese al hotel.

-¿Qué les enseñó?

-La parte cerca del aeropuerto. Un doctor me contó que mucha gente en esa área iba a visitarle con extrañas enfermedades en la piel, producto del contacto con productos químicos ilegales. Para eso acudí a los periodistas.

-Y entonces le detuvieron…

-Cuatro días después, el 13 de octubre del 2003, volví al colegio a trabajar porque estaba convencido de que contactar con la prensa no era cometer ningún crimen. ¿No querían traernos la democracia? Tanques y soldados me esperaban en la calle. Me encapucharon, me subieron a un coche y me apalearon mientras me pisaban las manos.

-¿Recuerda la entrada en prisión?

-Todos los prisioneros estábamos tumbados en el suelo con la cara cubierta. Me desnudaron y me hicieron sentar en un baño antiguo y sucio para registrarme, tocándome y metiendo sus manos por todas las partes.

-¿Qué querían saber?

-Primero, si era suní o chií. Después me preguntaron dónde estaba Osama Bin Laden. Querían saber si alguien me había ordenado hablar con los periodistas. Tras negarlo todo, me dijeron que si colaboraba con ellos me darían 500 dólares al mes; si no, me llevarían a Guantánamo. No lo hice. Me subieron a un coche y volvieron a darme una paliza.

-¿Cómo le interrogaron?

-Me ataban las manos en el suelo en posiciones incómodas durante unas 10 o 15 horas. Repetían las mismas preguntas. Un oficial lo apuntaba todo y el otro me amenazaba. Siempre había mujeres soldado que nos enseñaban los pechos o se tocaban delante nuestro durante el interrogatorio. Una vez incluso trajeron un perro negro que me mordió y me arrancó un trozo del cuello. Otras veces nos colgaban frente a nuestra celda durante días, sin comida, ni agua... Veías a otros morir.

-Su imagen dio la vuelta al mundo. ¿Qué sucedió?

-Con los ojos cerrados, me subieron a una caja de cartón y me dejaron colgado de manera que mis pies apenas tocaban el suelo. Venían y se orinaban en mi cara. Me introdujeron escobas y la punta de sus armas por el ano mientras repetían la palabra ejecución. Me quemaron la piel con productos químicos y me sacaban la capucha solo para divertirse enseñándome botellas de agua que no podía beber. Rodearon mi cabeza con dos amplificadores que repetían la misma canción a todo volumen. Aún la puedo oír. Luego vino la electrocución. Era como sentir que los ojos iban a explotarme. En los genitales el dolor es imposible de describir. Mientras, oía las risas de los soldados y veía el flash de las fotos que me hacían. Me torturaron durante más de un día.

-¿Qué les pasó a otros presos?

-Les colocaban embudos por la nariz y les vertían agua dentro para ahogarlos. También había una mujer soldado con un consolador atado a la cintura que sodomizaba a presos colgados para que lo pudiésemos ver. Una vez violaron a un niño de unos 9 años delante de su padre. Durante el ramadán nos ofrecían comida cuando sabían que no podíamos comer y luego volvían a retirarla.

-Y en diciembre del 2004, más de un año después de su detención, le dejaron libre.

-Sí. Un día nos dijeron que vendría la Cruz Roja y que no les dijésemos nada, pero lo denunciamos todo. Los médicos resultaron ser soldados disfrazados, así que volvieron a apalearnos. Al día siguiente vino la Cruz Roja de verdad. Querían intimidarnos, pero volvimos a denunciar nuestro maltrato. Acordaron dejar salir a 86 presos lisiados como yo.

-¿Qué hizo tras su liberación?

-Quería denunciar todas esas torturas.

-Algo difícil en un país en guerra.

-La oenegé Centro para los Derechos Constitucionales envió a una persona para reunirse conmigo en Bagdad, pero recibí amenazas de los estadounidenses y del Gobierno iraquí, así que tuve que huir a Jordania. Ahí pude contactar con abogados de grupos como ECCHR e invitar a otras víctimas para empezar a construir nuestra denuncia.

-¿Cómo terminó en Alemania?

-En Jordania, mi caso se hizo famoso. Eso me llevó a ser amenazado por grupos como Al-Qaeda. Tuve que pedir protección a Naciones Unidas. En el 2010 me trasladaron a Hannóver unos días y después me instalé en Berlín, donde vivo gracias a la ayuda que me presta Amnistía Internacional.

-Hace 15 años que fue detenido. ¿Cómo se vuelve a la normalidad?

-Uno no vuelve nunca de ahí. No puedo tener bañera en casa porque recuerdo cómo me ahogaban.

-¿Qué representa para usted que la candidata a dirigir la CIA, Gina Haspel, estuviese al cargo de un centro de tortura?

-Es una desgracia que Trump apoye así la tortura y la humillación, para la humanidad y también para los estadounidenses. Para mí, ella es como Ilse Koch (la esposa del comandante del campo de concentración nazi de Buchenwald acusada de fabricar objetos con la piel de sus víctimas). Debe ser juzgada.

-¿Tiene esperanza de que eso pueda suceder?

-Sí, y eso me hace más fuerte.