Karen Matevosyán ha visto muchas cosas en su vida; ninguna, como la que presenció el 29 de marzo de 1988. Eran cerca de las ocho de la tarde, y Karen llevaba un día entero encerrado con su familia en casa, con las luces apagadas y las puertas bloqueadas. Su vida, la de su mujer y la de su hijo de dos años dependían de la voluntad de un grupo de agitados que llevaban 24 horas aterrorizando a la población armenia de la ciudad de Sumgait, en Azerbaiyán.

Esa tarde, Karen los oyó muy cerca y salió al balcón de su casa para ver cómo la muerte iba a su encuentro. "Aún había algo de luz y vi como una muchedumbre de unas cien personas se dirigía hacia una chica desnuda, que se movía como una loca por un ataque de pánico. La multitud la alcanzó, y empezaron a acuchillarla. A pegarle con palos y piedras en las piernas y la cabeza. A cortarle partes del cuerpo. Después quemaron su cuerpo. Fue horrible. Me llegaban sus gritos. El olor a carne calcinada", recuerda este hombre, de unos cuarenta años, poco pelo en la cabeza, bigote blanco recortado y barriga prominente.

Su cara afable se turba al recordar la escena. Su voz se entrecorta y las palabras le salen propulsadas a la fuerza, con una mezcla de rabia y frustración propias de una ráfaga de fusil. Mientras habla, fija su mirada en el vacío. No está en el sofá de su casa sino en Sumgait, 30 años atrás: "Después de todo esto participé en la guerra. Pero nunca vi nada tan terrorífico como lo de esa tarde. Como una turba de 100 personas asesinaban a sangre fría a una sola chica. Venían, mataban. Se iban, mataban. Volvían, mataban. En la guerra hubo crímenes, pero nunca nada como esto. Aún veo esa escena repetida en mi cabeza. No se me olvidará nunca", se lamenta.

El pogromo de Sumgait —una veintena larga de armenios murieron en él— supuso el principio del fin para Armenia y Azerbaiyán. Tan solo 72 horas de un marzo cualquiera en la Unión Soviética sirvieron para desencadenar un conflicto que, con el tiempo, mutaría en guerra. En 1991 nacería la República del Nagorno Karabaj, un Estado independiente situado en territorio reconocido como azerí. 30 años y 30.000 muertos después, la sombra de esos días aún pesa en la región.

HERIDAS ABIERTAS

Las calles de Stepanakert, ahora, se ven casi vacías. Por la capital del Karabaj circulan muy pocas personas y menos coches; de entre los que pasan, la gran mayoría son mujeres. Los hombres están en el frente.

El 50% del presupuesto de la República del Nagorno Karabaj viene de Armenia. El 90% de los bancos de la República del Alto Karabaj son armenios. El 100% de los habitantes del Nagorno Karabaj —son solo 150.000 personas— tienen pasaporte armenio y sus dos únicas conexiones al exterior son dos carreteras de curvas imposibles que, por supuesto, solo llevan a Armenia.

Ningún país del mundo reconoce legitimidad alguna al Gobierno del Karabaj. Pero los armenios difieren: aseguran que esa región, en la cima de unas montañas de bosques negros, niebla y lluvia constante, ha sido siempre habitada por armenios. Que les pertenece y nunca la van a soltar.

"Tenemos el deber de proteger nuestra nación. Estamos aquí para continuar el trabajo de nuestros padres, que será continuado por el de nuestros hijos", dice Simón, 23 años, de la localiad de Yereván y recién graduado en Derecho. Este joven ha sido enviado a Stepanakert a hacer el servicio militar obligatorio y está dispuesto, si se lo piden sus superiores, a luchar y morir por su país.

FIN DE LA CONVIVENCIA

Cuando el Imperio ruso se desintegró en 1917 tras la Revolución de Octubre, dos países que nunca habían existido aparecieron entre las montañas y valles del Cáucaso: Armenia y Azerbaiyán. Durarían poco y, de mientras, se harían la guerra por una pequeña región en su frontera, el Nagorno Karabaj. En la zona había tanto habitantes azerís como armenios.

La Unión Soviética decidiría después que el Karabaj se quedaba dentro de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, y a otra cosa. Pero, décadas después, llegarían Gorbachov y la perestroika. La URSS se quebraba: las manifestaciones en Yereván y Stepanakert, pidiendo la unión del Karabaj a la República Socialista de Armenia, se multiplicaron. Muchos azerís huyeron a Azerbaiyán. Fue entonces cuando ocurrió el pogromo de Sumgait. Ya no había vuelta atrás.

"Nuestra relación con los azerís antes de que todo pasase era buena. Nunca habíamos tenido problemas. Cuando empezó el pogromo no me lo creía. Pensaba que eso era algo que solo ocurría en otros países; algo que solo ves en la televisión. Que eso pasase en la URSS parecía imposible", dice Karen. Pero pasó: después de ello, 350.000 armenios escaparon de Azerbaiyán; 200.000 azerís, de Armenia, también huyendo de la violencia. La guerra empezaba.

En el Karabaj no hay hombre mayor de edad que no haya estado en el frente. El concepto de nación y comunidad, allí, no es el amor a tu país o bandera sino la necesidad de estar a la altura de lo que hicieron, en su día, tu padre, tío, vecino, panadero o hermano mayor. El nacionalismo karabají significa no defraudar a quienes se han jugado la vida para defender la tuya ante el enemigo. "Para los armenios, esta es una guerra existencial. Nosotros luchamos para sobrevivir", dice Armine Aleksanyán, viceministra de Asuntos Exteriores del Karabaj.

AÑOS DE POSGUERRA

Hasta el alto el fuego de 1994, 30.000 personas, la mayoría civiles, murieron en bombardeos, asaltos y atrocidades hechas por ambos bandos. Armenia ganó la guerra y la República del Nagorno Karabaj, en la actualidad, controla el 14% del territorio internacionalmente reconocido de Azerbaiyán: el propio Karabaj más otros siete distritos cercanos cuyos pueblos, antes habitados por azerís, han sido reducidos a escombros. Los armenios se refieren a ellos como territorios liberados; los azerís, como ocupados. Allí ya no vive nadie. "Lo único que nosotros pedimos es una vida normal en la tierra de nuestros ancestros. En cambio, lo que Azerbaiyán quiere un Karabaj sin sus habitantes. Sin armenios", dice Aleksanyán.

Acabó siendo al revés. En el Karabaj y los territorios que lo rodean ya no hay ningún azerí: 500.000 fueron expulsados o huyeron escapando de los fusiles empuñados por armenios.

Los combates no han parado desde el alto el fuego. En la línea del frente, las trincheras siguen siendo excavadas, y soldados de uno y otro país siguen habitándolas. La última gran batalla fue en abril de 2016: en solo cuatro días murieron 100 soldados armenios y Azerbaiyán conquistó 20 kilómetros de territorio.

Los muertos siguen aumentando: en septiembre del 2018, tres armenios han fallecido en el frente. Dos de ellos eran chicos de 20 años haciendo el servicio militar. "Aunque la guerra vuelva a empezar y ellos tengan armas más avanzadas, nosotros tenemos nuestras ideas, a nuestros soldados. Saldrán nuevos héroes. Nunca abandonaremos esta tierra", dice un general armenio.

FANTASMAS

La sombra de la guerra no se desvanece. Para los armenios del Karabaj, el miedo a que los combates puedan volver en cualquier momento es algo que está siempre ahí: un incordio constante en un rincón de la mente. Y el miedo late porque todas las familias cuentan con alguien que murió en la guerra. "Todos hemos perdido a alguien. Tenemos que buscar la paz —dice Nazik Nalbandyán, anciana residente de Stepanakert—. No podemos permitirnos que el sufrimiento se repita. No quiero que ninguna mujer azerí ni armenia pase por lo que he pasado yo". Su padre fue prisionero de guerra en Bakú en los años 90. Nunca volvió. Su madre murió en un bombardeo azerí sobre Stepanakert.

El fantasma de la guerra sigue al acecho. La retórica de ambos lados es belicista al extremo y las negociaciones de paz están encalladas. Los dos países viven inyectados de odio mutuo. La solución queda muy lejos. "Puede ser que la guerra vuelva —dice Seber, que trabaja desarmando minas antipersona colocadas durante el conflicto—, y que el trabajo que hacemos hoy no valga para nada mañana. Pero son cosas que pasan en una guerra. Es lo que hay".