Desde todas las instancias políticas y policiales estadounidenses se llamaba ayer a la calma y la contención de especulaciones tras el tiroteo en Tucson. Sin embargo, nada podía evitar que ciudadanos y analistas apuntaran a la realidad de los últimos años, cuando EEUU ha sufrido una radicalización en el discurso público, sobre todo con el apogeo de movimientos ultras como el Tea Party, y una polarización entre conservadores y progresistas.

Poco después de que empezara a extenderse la noticia del tiroteo, periodistas y bloggers recuperaron un controvertido mapa político que el Comité de Acción Política de Sarah Palin colgó tras la aprobación de la ley de reforma sanitaria. En ese mapa se había identificado a 20 congresistas demócratas que dieron su voto a la ley, incluyendo Gabrielle Giffords, tiroteada ayer. Estaban en distritos que en alguna ocasión habían votado por los republicanos y se instaba a recuperarlos para los conservadores en las elecciones de noviembre.

No habría tenido más relevancia si en ese mapa de EEUU los distritos que se pretendía recuperar no hubieran estado marcados con puntos de mira como los que usan los rifles para apuntar a una diana. O si tras la aprobación de la ley no se hubieran transformado en ataques vandálicos contra oficinas de congresistas demócratas (incluyendo la de Giffords) lo que habían sido meses de amenazas y de violencia semántica.

Ayer mismo el polémico mapa desapareció de su web original y Sarah Palin colgó en su página en Facebook un mensaje de condolencia para la familia de Gabrielle Giffords y de las otras víctimas. Pero muchos denunciaron ayer a los conservadores y, sobre todo, a los líderes y seguidores del radical Tea Party por alentar la violencia. Redes sociales como Twitter eran un hervidero. El padre de la propia Giffords afirmó ayer, al ser preguntado por los medios sobre si tenía enemigos: "Sí, todo el Tea Party".