Se sabía que el hartazgo llenaría las urnas de Hong Kong. El hartazgo de unos con el Gobierno y el de otros con el caos, solo quedaba por resolver los porcentajes. Y el odio a la jefa ejecutiva, Carrie Lam, sobrevoló los seis meses de violencia y vandalismo que han hundido a la excolonia en la recesión económica. La derrota de los partidos oficialistas en los comicios municipales coloca en una posición delicada al Gobierno insular, envía un mensaje rotundo de repulsa a Pekín e inflama la moral del bando pandemócrata. Es una victoria moral, sin consecuencias políticas tangibles, pero que se lleva por delante el tradicional equilibrio de fuerzas.

El resultado a las 3 de la madrugada (hora local), con mucha noche aún por delante, apuntaba más a una demolición que a una derrota. Los oficialistas contaban con 13 ridículos asientos frente a los 142 de los antigubernamentales, en humillante contraste con los 298 distritos de los primeros frente a 126 de los segundos en los comicios anteriores. El porcentaje de votos certificaba la brecha social, con un 59% frente al 41%.

«Los hongkoneses han entendido estas elecciones como un referéndum y han dicho con claridad que no están contentos con la manera con la que el Gobierno y Pekín han gestionado las protestas durante seis meses», dijo Kevin Lam tras asegurarse el asiento del distrito de South Horizons West. Lam, que sustituía al mediático líder Joshua Wong tras ser bloqueado por la junta electoral, espera que la victoria acentúe las reclamaciones de mayor democracia para la excolonia. El oficialista Michael Tien aludió al tsunami de votos jóvenes para explicar su derrota y aconsejó al Gobierno que atienda su voz.

La victoria antigubernamental se entiende como una enmienda a la totalidad a Carrie Lam. La suerte de las elecciones municipales estaba echada desde que se plantearon como un plebiscito a su labor. Ese enfoque explica que la participación trepara hasta más del 70% marcando un récord de afluencia.

La victoria proporciona 117 votos a los pandemócratas en el comité de 1.200 miembros que elige al jefe ejecutivo, aún insuficientes contra el rodillo gubernamental, pero anticipa otro seísmo en el equilibrio de fuerzas tradicional en las legislativas del próximo año.