Fiel a sus tradiciones, el reino de Arabia Saudí enterró ayer a su último monarca fallecido, el rey Fahd, en medio de una ceremonia austera de la que estuvieron ausentes los dirigentes occidentales. Los dignatarios árabes y de países de confesión musulmana no estuvieron presentes durante la inhumación del cuerpo en el cementerio central de Riad, pero sí pudieron asistir a la ceremonia funeraria en la gran mezquita del imán Turki Ibn Abdalá.

Los mandatarios de países no musulmanes, entre ellos el británico príncipe Carlos y el presidente francés, Jacques Chriac, sólo pudieron expresar sus condolencias a la familia real tras la inhumación.

El cuerpo del difunto rey había sido transportado desde el hospital donde murió hasta la gran mezquita para la oración del muerto, recitada en presencia del nuevo rey Abdalá y de varios dignatarios saudís y jefes de Estado árabes y musulmanes. El cuerpo, envuelto en la última abaya (túnica tradicional) vestida por el difunto, fue introducido en la mezquita en una camilla de madera que llevaban ocho fieles, entre ellos el hijo más joven del rey muerto, el príncipe Abdelaziz ben Fahd.

REPOSO DEL ALMA Varios millares de fieles asistieron en el interior y en el exterior de la gran mezquita a esta ceremonia, que duró varios minutos y durante la cual el gran muftí, el jeque Abdelaziz al Cheikh, recitó las plegarias rituales para el "reposo del alma del difunto y el perdón de sus ofensas".

El funeral al rey Fahd en Arabia Saudí coincidió con un ligero descenso de los precios del petróleo, que cayó 47 céntimos, tras el récord registrado el día anterior, alrededor de 62 dólares el barril. El homenaje recibido por el monarca silenció las numerosas violaciones de los derechos humanos que se cometen a diario en el ultraconservador reino saudí, según han denunciado varias ONG.

Por otra parte, la viuda del fallecido rey Fahd, que reside en Londres, dijo ayer al rotativo británico The Times que seguirá reclamando que el Estado saudí le pague una pensión de manutención millonaria.