La bienvenida a Perpiñán fue una lluvia de botellas y piedras. Al grupo de magrebís no le gustaban los periodistas. Primero, empezaron los gritos e increpaciones. Después, voló un objeto e, inmediatamente, se sumaron al acoso una veintena de jóvenes hasta que lograron que el cámara se marchara. Estaba claro que no querían fotos del coche quemado. Tampoco les importaba demasiado que, a escasos metros, les vigilase una patrulla policial desde la plaza de Josep Cassanyes.

En este extremo de esta ciudad del sur de Francia, en el barrio de San Jaime, comenzó todo hace 10 días. Precisamente en esta plaza, el domingo 22 de mayo, una discusión trivial entre un adolescente gitano y Mohamed Bey Bachir, de 28 años, acabó con la muerte del árabe. Desde entonces, Perpiñán se convirtió en un polvorín. La comunidad magrebí comenzó a reclamar justicia, asegurando que los gitanos actúan impunemente. Convocaron una manifestación, el sábado, "contra la violencia, por el salvaje asesinato, a la vista de todos, de Mohamed", según rezaban los carteles en las paredes.

Calma tensa

Tras una semana de calma tensa, llegó la movilización. Unas 5.000 personas salieron a la calle. "Fue como una catarsis colectiva; sirvió para que los vecinos, indignados, chillasen durante horas contra el asesinato. Después de eso, parecía que había regresado la calma", opinó un ciudadano. Pero no fue así. Al día siguiente, poco antes de las siete de la tarde, un hombre de 43 años, de origen marroquí, Driss, murió acribillado por cuatro disparos en la puerta de su casa, en el barrio de San Mateo.

Este suceso desató la cólera de los magrebís, que establecieron un vínculo entre ambos crímenes, a pesar de que las autoridades todavía no habían confirmado ayer este extremo. Los árabes tomaron la calle, y los enfrentamientos con la policía duraron hasta altas horas de la madrugada, del domingo al lunes. Destrozaron escaparates, quemaron contenedores y saquearon negocios.

Calles tan céntricas de Perpiñán como la del Mariscal Foch aparecieron ayer completamente arrasadas. "La justicia y la policía deberían lograr calmar los ánimos porque esta situación es intolerable. La moral de los comerciantes está por los suelos, no saben qué hacer con sus negocios y, peor aún, no saben cuándo volverá la normalidad", se lamentaba Fran§ois Pelletein delante de una tienda saqueada.

Estos violentos disturbios acabaron con la detención de 37 personas, la mayoría por destrozos en el mobiliario público, incendios, robos en los comercios, o altercados con la policía. El director de Seguridad Pública del departamento de los Pirineos Orientales, Enri Castets, señaló ayer que ocho personas resultaron heridas: "Dos por bala, cuatro por arma blanca y otras dos por cortes con cristales de botellas", precisó. Los bomberos tuvieron que actuar un centenar de veces en una noche. 50 coches quedaron carbonizados.

Caras largas y desolación

El olor de plástico quemado era habitual por las calles del sector de San Jaime. Pero lo peor eran los ánimos. Las caras largas, las miradas desconfiadas y las conversaciones en voz baja se mezclaban con un dispositivo policial abrumador. Decenas de furgonetas Citroën Jumper del grupo CRS de la Policía Nacional --antidisturbios-- recorrían ruidosamente las calles.

"Reconocemos que habíamos bajado la guardia, pero no volverá a pasar", admitió Jean- Paul Alduy, el alcalde. Alduy hizo ayer numerosos llamamientos a la calma, y se paseó por las zonas comerciales --cerradas a cal y canto con el rótulo de Clausura excepcional en el cristal-- para calmar a los vecinos.

Otro residente en Perpiñán, Pierre Lederlé, militar, consideró que el conflicto entre las comunidades gitana y magrebí era una cuestión de venganza. Algunos vecinos insistieron en que el tráfico de drogas era el origen de los incidentes.