No hay tregua en Hong Kong ni se espera. Las protestas se han extendido a los días laborables y las universidades se han convertido en un cuadro de violencia ubicua y xenófoba que expulsa a los chinos del interior. Los peores disturbios en más de tres décadas en China han paralizado a Pekín, sin más recursos que las estériles amenazas y los mensajes de ánimo a un Gobierno local que carece de los medios y la sabiduría para resolver el desafío. La excolonia encadena tres días de furia.

Los hongkoneses habían disfrutado hasta ahora de cierto sosiego entre semana y padecido la virulencia en festivos, pero el planeado colapso de la capital financiera exige prorrogar las protestas a los días laborables. La indignación del bando autocalificado de prodemocrático nace en la reciente muerte de un estudiante que el domingo se cayó accidentalmente de la tercera a la segunda planta de un aparcamiento situado a un centenar de metros de una de las rutinarias batallas campales.

El movimiento lo ha ungido como el primer mártir de la causa, ha prometido venganza contra la «policía asesina» y ha organizado un calendario de huelgas generales. El Gobierno, temeroso de la integridad de los estudiantes, ha ordenado por primera vez el cierre de los colegios. La Universidad China de Hong Kong, uno de los centros educativos más prestigiosos de Asia, fue el martes por la noche el escenario de los enfrentamientos más violentos. La universidad es idónea para los activistas ya que su acceso es posible solo a través de un puente. La Policía vació su arsenal para tomarlo: en apenas unas horas disparó 1.567 rondas de gas lacrimógeno y 1.312 balas de gomas, más que en los dos primeros meses de protestas.

Los radicales respondieron con adoquines, cócteles molotov y flechas prendidas con gasolina disparadas con arcos robados del gimnasio. La batalla terminó con 142 detenidos, 70 heridos (12 agentes entre ellos) y 930 llamadas a la ambulancia.

En una nota, exigieron que la Policía no se acercase y la liberación de los detenidos o, en caso contrario, destrozarán el campus. El Gobierno, por su parte, ha acusado a los estudiantes de convertir la universidad en «una fábrica de armas». Y la dirección del centro ha suspendido todas las clases.

Las universidades habían quedado a salvo hasta ahora de las convulsiones. La convivencia se ha degradado, con episodios frecuentes de violencia sobre estudiantes llegados del interior. 80 fueron evacuados, escoltados por la policía. Es un simbólico contraste con lo que había representado Hong Kong: los chinos encontraron durante décadas en la isla el refugio a la represión comunista y hoy tienen que regresar para protegerse de la violencia xenófoba.