"Por favor, los teléfonos.....". El juez Garzón alzó la voz, dirigiéndose al séquito de abogados que secundaban al represor argentino Adolfo Scilingo, en alusión a los móviles que no dejaban de sonar. Era la mañana del 7 de octubre de 1997. El verdugo de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), uno de los centros clandestinos de detención de la dictadura argentina, comparecía ante el magistrado español que investigaba el terrorismo y genocidio perpetrado en Argentina entre 1976 y 1983. Acompañaban al oficial de la Armada los colegiados de Izquierda Unida, Enrique de Santiago e Isabelo Herreros, y el asesor en derechos humanos de la coalición comunista, Gregorio Ricardo Díaz Dionis.

El suspense se palpaba en los corredores de la Audiencia Nacional de Madrid. Los periodistas esperaban el desenlace del hecho consumado planteado por el capitán argentino al magistrado español. Las tentativas de pactar con antelación el resultado de lo que iba a ocurrir momentos después no habían prosperado. Las promesas de Isabelo Herreros a Scilingo de que Garzón le daría el estatuto de "arrepentido protegido" a cambio de una declaración autoinculpatoria, chocaba con el silencio del juez.

Scilingo adelantó en la prensa argentina que preparaba "un informe de 100 folios" para Garzón, al tiempo que sus abogados argentinos, Liliana Magrini y Mario Fernández Ganora, pedían "garantías" de que saldría en libertad tras el interrogatorio. Scilingo no aguantó más, le envió un telegrama y logró que se fijara la audiencia.

Los pasajes de avión y el hotel en Madrid de Scilingo y sus dos abogados argentinos los pagaba TVE, que traía al verdugo de la Esma de invitado al programa de Carlos Herrera. La emisión iba a tener lugar esa noche del martes pero, para ir al programa, Scilingo exigía que, antes, Garzón le declarara testigo protegido y sellara su libertad.

Verdugos y víctimas

La estratagema de los letrados de IU se servía de la cita televisiva para buscar satisfacer una profunda convicción. Consistía en utilizar el testimonio de Scilingo para procurar torcer el sentido del sumario de Garzón, apoyado hasta entonces en las declaraciones de las víctimas. Anteponiendo las confesiones de un represor, se sustentaba la idea de que el criterio para establecer la verdad y reconstruir cualquier genocidio reposa en los verdugos y no en las víctimas, bajo sospecha por haber sobrevivido al horror.

"Vamos a ver, señor Scilingo, acérquese lo más que pueda al micrófono de la grabadora para que se le escuche bien. ¿Puede decirnos si usted mismo tomó parte en alguno de los vuelos en los que se arrojaba gente viva al mar?", inquirió el juez. Como Scilingo no había aportado los anunciados 100 folios sobre sus andanzas en la Esma, la pregunta perseguía corroborar para el sumario lo conocido públicamente, que había intervenido en dos vuelos y lanzado al mar a 30 prisioneros dados por desaparecidos.

"Esteeee, bueno....", balbuceó el oficial de la Marina argentina.

"Por favor, le ruego que responda sí o no . ¿Participó usted en alguno de aquellos vuelos?", insistió el juez.

"Sí", contestó Scilingo.

"A partir de ahora, queda detenido", dijo Garzón, que sabía bien que no podía liberar a alguien que ya estaba imputado en su sumario desde el año anterior por delitos de sangre para los que la ley española no prevé protección jurídica especial.

El pretexto

"Tranquilo, no pasa nada. En tres días todo se termina", sopló a la oreja del genocida el abogado Enrique de Santiago. Persistía en el error; todo acababa de empezar. Lo acontecido hace más de siete años le sirve hoy de pretexto al multihomicida Scilingo para decir que le engañaron. Simulando desvanecerse y en huelga de hambre se resiste a confirmar en el juicio oral la escalofriante historia que le relatara al juez Garzón, en los días sucesivos a aquel, para él terrible, 7 de octubre de 1997.

*Periodista, superviviente de la Esma y primer testigo de Garzón en el sumario de los crímenes de la dictadura argentina.