Inesperada e incontestable, la victoria de Hamás en las elecciones palestinas conmocionó ayer a todo el mundo: a Occidente, que con estupor se encuentra con que sus exigencias de democracia han creado una situación muy difícil de manejar; a Israel, que tras años de desautorización y destrucción sistemática de la moderada Autoridad Nacional Palestina (ANP) debe asumir que su mayor enemigo ha tomado el poder; a Al Fatá, derrotada y condenada a reformarse para purgar sus pecados; y a Hamás, que esperaba un buen resultado pero no una victoria tan apabullante.

Los gritos y tiros al aire de euforia que miles de palestinos lanzaron desde Gaza y Cisjordania al hacerse oficiales los resultados que dieron 76 diputados a Hamás y 43 a Al Fatá, de un total de 132, hicieron temblar los despachos de Ramala, Tel-Aviv, Bruselas y Washington.

CONTRA EL ´STATU QUO´ En la Casa Blanca, el presidente George Bush admitió que la votación demuestra que los palestinos "no están contentos con el actual estado de las cosas", y advirtió a Al Fatá, como si EEUU y su política no hubieran influido en este statu quo contra el que han votado los palestinos, que "debe tomar nota de este sentimiento". Bush dejó clara su postura hacia Hamás: "No veo cómo se puede ser un interlocutor para la paz si abogas por destruir un país y tienes un brazo armado".

Si EEUU tiene claro que no tratará con quien no reconozca a Israel, la Unión Europea (UE) --el mayor donante internacional de la ANP-- advirtió al movimiento islamista de que debe renunciar a la violencia y reconocer al Estado hebreo. "Afrontamos una situación nueva", admitió el responsable de la política exterior de la UE, Javier Solana.

Los países árabes y musulmanes expresaron su alegría --como en el caso de Irán y Siria-- o insistieron en la reanudación del proceso de paz, como el rey Abdalá de Jordania. La televisión de Dubai hablaba del advenimiento de un "Sharon árabe".

En Ramala, el presidente palestino, Mahmud Abbás (alias Abú Mazen ), inició los primeros pasos del cambio de guardia. Aceptó la dimisión que el primer ministro, Ahmed Qurei, y todo su Gobierno le presentaron antes de conocerse los resultados oficiales y no salió al paso de los rumores que hablaban de su renuncia, creíbles incluso para un Bush que le instó a permanecer en su puesto. Abú Mazen mantuvo un tono institucional, reiteró su compromiso con la Hoja de ruta y su objetivo de alcanzar la paz con Israel y no contestó a la propuesta de Hamás de formar una coalición con Al Fatá.

Pese a que el comité central de Al Fatá rechazó esta posibilidad, Abú Mazen tiene la última palabra y no debe descartarse, ya que es la salida más lógica del atolladero tras la victoria de Hamás. A pesar de que en el pasado tanto EEUU como la UE han mantenido contactos directos con Hamás --que, por ejemplo en el 2002, fructificaron en una tregua que frustró el asesinato por parte de Israel del dirigente islamista Salah Shehade--, la doctrina actual prohíbe todo tipo de diálogo, lo que impide prosperar cualquier iniciativa diplomática.

Pero cabe recordar que el sistema palestino da amplios poderes al presidente y que quien debe negociar con Israel un tratado de paz es la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y no la ANP, que es un Gobierno gestor de territorios ocupados.

La propuesta de Hamás se encuadra en la prudente actitud que adoptó ayer el movimiento: no permitió celebraciones hasta que los resultados no se hicieron oficiales, pidió una entrevista con Abú Mazen, y su líder, Mahmud al Zahar, declaró que si Israel interrumpe sus operaciones militares una nueva tregua es posible, aunque rechazó un desarme. Se trataba de evitar enfrentamientos con Al Fatá, como los acontecidos en Ramala cuando dos militantes del partido oficialista intentaron impedir que simpatizantes de Hamás izaran su bandera en el Parlamento.

SIN INTERLOCUTOR Al otro lado del muro tras el que ha encerrado a los palestinos, Israel estudiaba la situación e insistía en que la comunidad internacional debe mantenerse intransigente ante "un Gobierno terrorista". Vuelve la época de la doctrina israelí de que no hay interlocutor palestino, lo que puede acelerar los pasos unilaterales a los que el Estado hebreo ya se inclinaba.