"China está de nuevo en pie", gritó Mao Zedong al proclamar la República Popular en la plaza de Tiananmen, el 1 de octubre de 1949, tras haber superado la humillación japonesa y puesto en fuga a las huestes de Chiang Kai-shek. Los 60 años son un hito de especial relevancia en la cultura china, un momento para reflexionar. También debería ser la ocasión para liberar a miles de penados de la mayor cárcel política del planeta, un acto de clemencia para promover la "sociedad armoniosa" grabada en los objetivos del régimen.

El ascenso irresistible de China hacia el podio, como tercera economía mundial, parece milagroso tras tantas convulsiones. De Mao y su poder no quedan sino el retrato gigantesco de la plaza de Tiananmen. La ideología no está en la punta del fusil sino que se consume en un incesante ejercicio de adaptación a las demandas de una nación en marcha, cambiante e imprevisible, consumidora de materias primas. El PC administra con mano de hierro el capitalismo salvaje y el comunismo yace en el basurero desde 1978, cuando volvió al poder Deng Xiaoping y dijo que "enriquecerse resulta maravilloso".

Las reuniones internacionales confirman el creciente peso de China en el orden global. El crecimiento será del 8,3% en el 2009. Ante un Occidente adormecido, la fábrica del mundo radica en China y los chinos disponen del ahorro, el crédito y las exportaciones. Sus reservas de divisas superan los dos billones de dólares. Los trabajadores que deambulan en busca de trabajo son más de 200 millones y los expertos recomiendan el consumo. El vaticinio es unánime: China es el mayor exportador mundial, pronto reemplazará a Japón como segunda economía y podría revisar el matrimonio de conveniencia con EEUU.

Tan espectacular éxito concita la admiración, pero también algunas reflexiones sombrías sobre el destino de la libertad y las turbulencias en el Pacífico, hasta ahora un gigantesco lago estadounidense. El Consenso de Pekín --capitalismo estatal y dictadura política-- causa estragos en el Tercer Mundo cuando la modernización de las Fuerzas Armadas estimula las fantasías de los profetas del Pentágono que apuntan a China como el rival estratégico. El gran designio de los halcones de EEUU consiste en garantizar su hegemonía en el Pacífico, mientras los moderados comparan la prosperidad de China y sus avances tecnológicos con el desafío de la URSS en 1957 al lanzar el Sputnik .

La naturaleza del sistema político también ha cambiado, pues la utopía revolucionaria y el totalitarismo han desembocado en la supremacía de un partido que busca la mediación, que halla su legitimidad en el progreso y que confía los asuntos relevantes a una dirección colectiva cívico-militar que alberga dos coaliciones: la que propugna el desarrollo a toda costa y la que pretende mitigar sus excesos con políticas sociales, esta encabezada por el presidente Hu Jintao, con mandato hasta el 2012.