Es tanto una cuestión de ataque como de defensa. Desde que el viernes se supo que el equipo del fiscal especial Robert Mueller tenía listos los primeros cargos en la investigación del Rusiagate, Donald Trump se ha volcado más en intentar centrar la atención en Hillary Clinton y en los demócratas que en su propia campaña. Y ayer, cuando se conoció la imputación de Paul Manafort y Rick Gates, no solo trató de distanciarse de su antiguo jefe de campaña y su socio, volviendo a negar que hubiera colusión con Rusia, sino que insistió, en preguntarse: «¿Por qué no son la corrupta Hillary y los demócratas el foco?».

Trump, su portavoz, los republicanos en el Congreso y los medios conservadores están dejando clara la estrategia. Y apuntan repetidamente a la información revelada la semana pasada de que la campaña de Clinton y el Comité Nacional Demócrata contribuyeron a financiar el dossier ruso que la empresa Fusion GPS encargó al exespía británico Christopher Steele. Han prestado menos atención, eso sí, al hecho de que fue un medio conservador, el Free Beacon, quien hizo la primera petición a Fusion GPS de que buscara información sobre el entonces aspirante a la nominación republicana.

«El auténtico escándalo de colusión tiene todo que ver con la campaña de Clinton. Hay pruebas claras de que la campaña de Clinton se confabuló con la inteligencia rusa para diseminar información falsa y difamar al presidente para influir las elecciones», dijo ayer Sarah Huckabee Sanders, la portavoz de la Casa Blanca, que también ha minimizado el papel que jugó para Trump el asesor de política exterior George Papadopoulos, que ha reconocido haber mentido al FBI sobre reuniones con rusos que dijeron tener información comprometedora sobre la candidata demócrata.

La arremetida de Trump y sus defensores va más allá. El presidente, los medios conservadores y varios republicanos en el Congreso han resucitado acusaciones (y abierto investigaciones en dos comités de las Cámaras) de un supuesto escándalo por venta de uranio a Rusia, un tema que el propio Trump ha llegado a definir como «Watergate, era moderna».