Hace una década, Al Qaeda dio su golpe maestro. Derribar las Torres Gemelas en una acción coordinada de terroristas suicidas a bordo de aviones comerciales era algo hasta entonces solo imaginable en cómics o películas de ciencia ficción. El 11-S fue el mayor atentado de la historia por su complejidad logística, por la enormidad de los daños humanos y materiales causados, por el efecto multiplicador del sentimiento de terror entre los ciudadanos occidentales y por las consecuencias estratégicas que tuvo a escala mundial. Desató la invasión de dos países (Afganistán e Irak), cambió el concepto de seguridad interior y convirtió a los musulmanes en sospechosos habituales.

Sin embargo, 10 años y decenas de miles de muertos después, Al Qaeda es una organización mermada y sin un liderazgo claro mientras que el yihadismo global, la ideología terrorista que la red de Osama bin Laden expandió en todo el mundo islámico, vive una pérdida imparable de popularidad y ve como las revueltas en demanda de democracia en el mundo árabe amenazan con dejarle en la cuneta de la historia.

¿Qué queda de la Al Qaeda que perpetró el 11-S? «En términos humanos, muy poco. Del grupo inicial, solo quedan libres Aymán al Zauahiri, ahora líder, y Saif al Adel. El resto, incluido Bin Laden, han sido abatidos o capturados», comenta el investigador italiano Lorenzo Vidino, experto en terrorismo del Centro de Estudios de Seguridad, en Zúrich (Suiza). Vidino destaca que cada dos o tres semanas EEUU elimina en las zonas tribales de Pakistán, mediante bombardeo de aviones no tripulados, a miembros de la jerarquía de la organización. De hecho, 20 de los 30 líderes de la organización identificados por EEUU fueron abatidos el último año y medio.

«En los documentos incautados a Bin Laden ya se recoge la incapacidad de reemplazar a tantos mandos terroristas abatidos», explica Vidino. Sin ir más lejos, el número dos de Al Qaeda Central, el libio Atiya Abdul Rahmán, fue eliminado la última semana de agosto. «Actualmente Al Qaeda Central juega a sobrevivir en entornos de acoso militar continuo», afirma Marcos García Rey, experto español en yihadismo global.

«Tienen muchas dificultades para reclutar, numerosos campos de entrenamientos han sido destruidos, viajar a Pakistán para recibir formación terrorista es más complicado y los flujos de financiación, hasta cierto punto, han logrado interrumpirse», añade Lawrence Martines, veterano experto estadounidense en yihadismo que años atrás dirigió el departamento de lucha antiterrorista de un agencia estatal.

Al Qaeda Central, que es como los expertos conocen a la organización que creó Bin Laden y que organizó el 11-S, ha quedado seriamente dañada. «Su dimensión más operativa está muy maltrecha. Es difícil que sean capaces de acometer otro 11-S», dice Javier Jordán, experto en terrorismo de la Universidad de Granada. El último intento de gran atentado -un ataque en el metro de Nueva York- se asemejaba más al ataque de Londres del 7-J que al 11-S. «Son ataques mortíferos y terribles, pero no tendrían ni de lejos el efecto de la acción contra las Torres Gemelas», añade.

En esta década, el gran éxito de Al Qaeda ha sido trascenderse a sí misma, es decir, acuñar la ideología del yihadismo global, representada por lo que hoy se conoce como franquicias de Al Qaeda (Al Qaeda en el Magreb islámico, Al Qaeda en la Península Arábiga, etcétera). «Hasta el 11-S solo había grupos terroristas locales. Al Qaeda, aupada por el efecto propagandístico de ese gran atentado, logró crear una agenda terrorista internacional a la que muchos de esos grupos se adhieren», comenta Jordán. «El éxito de Al Qaeda es crear la yihad global. Actúa localmente, piensa globalmente. Al Qaeda dio el mensaje y señaló los objetivos. Y eso les basta a muchos para actuar», añade el experto italiano Vidino. Con el 11-S como banderín de enganche, Bin Laden creó una especie de Al Qaeda way of live. Una manera yihadista de vivir a la que muchos musulmanes se adhirieron aún sin contactar con la red central.

Además, acuñó una auténtica filosofía del martirio, lo que muchos expertos han bautizado como subcultura de la muerte, que convierte el complejo de inferioridad de muchos musulmanes en otro de superioridad. Occidente posee las armas, la tecnología y el dinero. Sin embargo, los mártires no tienen miedo a la muerte y eso les convierte en el más mortífero de los ejércitos.

Pero también abundan los fracasos de Al Qaeda: cayó el Emirato Islámico de Afganistán; la población iraquí se puso en su contra después de constatar la barbarie de los terroristas, y Al Qaeda no fue capaz de llevar a cabo un gran atentado dentro de Israel. Aun así, su gran fracaso es otro: no conseguir el alzamiento islamista de las masas árabes.

De hecho, el yihadismo global parece perder popularidad a marchas forzadas. Hasta la mitad de la pasada década, amplias franjas de las sociedades musulmanas percibían a los yihadistas como los vengadores ante un Occidente que hostigaba al islam. Sin embargo, las barbaries de Al Qaeda en Irak y la multiplicación de atentados en Pakistán, Afganistán, Marruecos y Egipto, donde las víctimas eran sobre todo musulmanes, fue deteriorando su imagen.

Las recientes revueltas populares les han dejado fuera de juego y les han demostrado, sobre todo los casos de Egipto y Túnez, que los tiranos pueden caer sin violencia. Como señala Javier Jordán, «Al Qaeda soñaba con unas revueltas así, pero islámicas. Y estas no lo son».