Fundador del partido derechista Fidesz, Viktor Orbán hizo del conservadurismo cristiano y el chovinismo nacionalista su bandera. En 1998, con 35 años, se convirtió en el dirigente más joven de su generación. Corrupción, tics autoritarios y exaltación de los sentimientos irredentistas. Su primer mandato fue su primer mensaje de advertencia. Tras años de vuelta a la oposición, su giro visceral y populista contra la inmigración y el gobierno socialista le catapultaron de nuevo al poder en el 2010. Esa sería la fórmula del éxito. La mayoría absoluta dio barra libre a un Orbán que transformó la Constitución a su antojo. Con toda la oposición en contra y sin ser sometida a referéndum, el Fidesz impuso un texto que blindó las medidas de su gobierno, limitó el poder de la justicia, marginó a los homosexuales del matrimonio y sentó las bases para prohibir el aborto. Hungría se pasaba a la extrema derecha.

Para cimentar su modelo autocrático inspirado en la Rusia de Vladímir Putin con quien ha tendido puentes, Orbán señaló a la prensa. Los medios públicos quedaron en sus manos y, a través de la retirada de contratos publicitarios, forzó a la bancarrota a los privados, que luego fueron adquiridos por los suyos, haciendo un sistema mediático entregado a su control.

Conocido como el padre de la nueva «democracia liberal», la llegada de cientos de miles de refugiados al continente en el 2015 se convirtió en un regalo para popularizar sus soflamas.

Orbán respondió a las crisis humanitaria levantando una valla de 523 km en su frontera sur con Serbia y Croacia. «Tenemos el derecho de no querer vivir junto a comunidades musulmanas», dijo. Para terminar de aplastar a su oposición, el año pasado los ultraconservadores aprobaron una ley que criminaliza la ayuda a los migrantes, un golpe a las oenegés, y modificaron de nuevo la Constitución para prohibir reasentar a «población extranjera» en Hungría. Las élites europeas, los musulmanes, los gays, la izquierda y los vagabundos son el nuevo enemigo.