Aznar y otros vicarios/sicarios del hermano de Jeb Bush nunca creyeron que los ciudadanos que se habían dejado robar la cartera y la autoestima se alzaran frente a una guerra de rapiña proclamada con la voz con que se dicen las mentiras. Esperaban que en las calles de España no hubiera sino los descontentos de siempre, con su caudal de improperios atrasados. Pero el 15-F desbarató sus juegos de quitaipón. Con arrogante humildad, Aznar empezó a darle la vuelta al calcetín de su discurso. Como Blair. Y ahora --eso parece-- se dispone a pedir prudencia al mismo Bush. Se trata de un éxito de la mayoría social contra la guerra. Pero el presidente no aboga más que por reforzar la alianza belicista y quiere que el ataque a Irak tenga la aparente legitimidad que le daría la aprobación de la ONU. De modo que no hay que bajar la guardia. Al menos mientras el Pentágono esté en manos de gente dispuesta a defender la libertad hasta que de ella no quede el menor rastro.