Hoy es la primera vez que los hago. A ver qué tal me han salido los kletche ". Y la verdad es que a Cati Fornell esos pastelitos rellenos de dátiles le han salido deliciosos. Lo mismo que la comida que acaba de preparar en la casa de Bagdad donde vive con su marido Madi, un iraquí doctorado en Filología Española. "En realidad --reconoce-- me llamo Mehdi, pero como en España al final cada uno pronunciaba ese nombre como le daba la gana, pues le quité la h y dije que me llamaba Madi, que es más fácil. Y funcionó".

¿Qué hace una valenciana como ella en una ciudad como Bagdad? "Seguir a mi marido, que es iraquí", explica en el salón de su casa. "Madi, que hizo el doctorado en España, tenía estudios superiores, pero allí no podía realizarse como persona. Todos los trabajos que encontraba eran poco cualificados. O trabajaba de peón de albañil, o de bedel, siempre cosas temporales", recuerda Cati.

EL TRASLADO

Así que, aunque se conocieron y se casaron en España, decidieron hacer las maletas e instalarse en Bagdad. Vendieron su piso en Valencia y, con el dinero logrado, se compraron una pequeña casa con jardín en la capital iraquí. Madi encontró trabajo como traductor en la Embajada española. Ya llevan aquí un año y no se quejan.

Con o sin ataque de Estados Unidos, Cati se queda en Bagdad. Su hijo pequeño, que nació en la capital iraquí, ayer cumplió dos meses, y aún no le han podido hacer la documentación para poder sacarlo de Irak. Y Cati no se va sin el pequeño Bashir. "Cuando vine en septiembre todavía estaba embarazada, y compré billete de ida y vuelta para mí y para mi hija Zoraya, que tiene cuatro años. Por el momento, no voy a utilizar la vuelta".

TRANQUILIDAD

Pese a la amenaza de ataque, Cati no parece tener miedo. "Estoy preocupada, pero veo a los iraquís tan tranquilos que me digo: bueno, pues no será para tanto", dice, aunque reconoce que su mayor deseo es que "las cosas se tranquilicen de una vez". "Ojalá todo esto se estabilice y nuestros hijos y todos los niños iraquís puedan tener un futuro estable".

En Bagdad hay al menos una docena de españolas casadas con iraquís. La mayoría son mujeres que conocieron a su maridos en las décadas de los 60 y 70, cuando el régimen de Franco multiplicaba las becas para que estudiantes árabes acudieran a estudiar a España. Estas mujeres, con la excepción de Cati, han adquirido la nacionalidad iraquí y han anclado su vida y su familia en Irak. "Viven con sus familias y no se relacionan entre ellas, así que nunca nos vemos", explica Cati. Muchas han elegido esta vida y llevan con resignación el tener que vivir en un país sometido a un embargo y a una feroz crisis económica. A otras no les queda otro remedio. Ignacio Rupérez, el que fuera encargado de negocios en la Embajada española en Irak en 1998, explicaba el caso de una mujer que, tras su matrimonio, había ido aislándose poco a poco. Acabó abandonada por el marido, malviviendo por las calles de Bagdad y casi sin recordar cómo se hablaba español.

CASOS EXCEPCIONALES

Cati es el caso opuesto. Ella está feliz en Bagdad, aunque echa de menos a los tres hijos mayores de su anterior matrimonio, que se quedaron en España. "No paran de llamarme para ver si nosotros y sus hermanos pequeños están bien", explica. "No paro de decirles que estén tranquilos, que no pasa nada".

Para esta valenciana de adopción, pues nació en los Arquillos (Jaén), el único problema de vivir en Bagdad "es que la vida es un poco aburridilla". "No es que no pueda salir sola, es que no hay sitios a donde ir", lamenta.

Pero todo tiene su lado bueno. "Aquí he encontrado un sentido de la amistad, del cariño y de la hospitalidad que en España ya se han perdido", dice y, para argumentar sus palabras, explica la relación que mantiene con Huda y Buzaira, sus dos vecinas. "Para mí, son como mis hermanas".

Las sorpresas que ha descubierto en su cambio de vida han sido muchas. "Una de las cosas que más me ha impresionado es el calor que hace en verano", recuerda. También el precio de las cosas. "Todo es baratísimo. La factura mensual de la luz no pasa nunca de los 200 dinares (11 céntimos de euro), por un euro te ponen 70 litros de gasolina y de agua consumimos la que queremos; ni siquiera tenemos contador".