En la despensa de cada familia de Irak hay comida para tres meses. A partir de enero, la reserva se incrementará para resistir hasta cuatro y medio. Los hospitales hacen acopio desde hace semanas de alimentos, agua y medicamentos básicos bajo las restricciones del embargo. Los soldados cavan trincheras en los arcenes y cada día más ventanas de hoteles y edificios públicos amanecen cruzadas por cinta adhesiva para amortiguar la explosión de los vidrios en caso de bombardeo. Bagdad se prepara para una guerra que, pese a dar por casi segura, sus habitantes parecen querer ignorar.

"La esperamos, no la tememos". El miedo no es una opción para el orgullo iraquí, soberbio en la magnitud de sus construcciones, --que desafía a las sanciones con proyectos como la mayor mezquita del mundo--, tan autosuficiente que, desde 1997, rechaza los envíos de comida y medicinas de los vecinos árabes porque "no somos mendigos".

LOS MISMOS ENEMIGOS

Esa altivez despunta en los ojos del doctor Ahmed Abdul Fattah, vicedirector del Hospital Pediátrico Sadam, cuando rechaza la idea de evacuar el centro si llega el ataque de EEUU: "Mi trabajo consiste en recibir heridos y enfermos, no en sacarlos de aquí", responde.

"Ojalá no vengan, pero, si vienen, van a ver quiénes somos. ¡Tendrán que escapar de Irak como lo hicieron de Vietnam!", jalea con el puño en alto Mohamed Mahdi Sadeh, el ministro de Comercio. "No vamos a someternos a la voluntad de América. Aceptamos una relación de igualdad, pero jamás de hegemonía", sentencia Sadeh antes de la inmortalidad del poder de "nuestro líder, Sadam Husein, que con la revolución del 17 de julio de 1968 recuperó para el pueblo la riqueza petrolífera de Irak, hasta entonces dominada por compañías norteamericanas y británicas".

Los mismos enemigos. La misma guerra. Como lo fue en 1990. El casi divino régimen aún no ha anunciado la resurrección de "la madre de todas las batallas", pero sus manifestaciones recuerdan a las proclamas prebélicas de la anterior guerra del Golfo. Es el discurso que le mantiene vivo.

TOMATES A 400 DINARES

Este invierno, un kilo de tomates cuesta 400 dinares en Irak, poco más de dos euros, lo que gana un trabajador iraquí al día. En verano se pueden comprar por 50 dinares. Pero no hay estación asequible al salario medio para los 900 dólares que se piden por un abrigo en el barrio de clase alta de Bagdad, cerca del mugriento puesto callejero de dulces árabes con el que malvive Adnan, en la otra orilla del Tigris. La divisa en el bolsillo marca la frontera interna de Irak.

Como si los retratos del presidente le escuchasen, Adnan no habla de la guerra. "Tengo coche, tengo techo. Trabajo y me voy a casa". No sabe o no quiere saber cuántos soldados estadounidenses hay en Kuwait.

El Gobierno le ha explicado que la suciedad de su ciudad se debe a los contratos bloqueados por Naciones Unidas que no permiten importar a Irak los sistemas de depuración de aguas para la salubridad de su población. Están previstos en el programa petróleo por alimentos , pero "obstaculizado cuidadosamente", en palabras del ministro de Comercio, "porque EEUU es muy consciente de que el suministro de comida y medicamentos no basta para mejorar la situación alimenticia y sanitaria si el agua que beben no está bien purificada y sin una red de desagüe que evite el riesgo de enfermedades".

El régimen capitaliza el estrangulamiento de su pueblo, privado de productos básicos por el exterior y aislado, cerrado a otra fuente de información que no sean los medios de comunicación gubernamentales.