"¡Stop, stop, stop! ¡Que nadie se mueva, que nadie se mueva!". Una voz metálica, amenazadora e impersonal, emitida a través de un altavoz y acompañada de un irritante pitido, intenta, en medio de un descomunal atasco, despejar el paso a una columna de vehículos que transportan una decena de miembros de las fuerzas de seguridad iraquís con sus armas en ristre. Las grandes medidas de seguridad marcan la vida de Irak, y en concreto de su capital, que se prepara para las elecciones generales del domingo, las segundas desde la caída de Sadam Husein, en abril del 2003.

A mediodía, las principales arterias del barrio de Karrada, en Bagdad, están obturadas. Pero los 470.000 soldados y 340.000 policías que tiene el país --y que convierten a Irak en uno de los estados con más agentes y militares per cápita de todo el planeta-- no están dispuestos a correr la misma suerte que sus conciudadanos, y recurren a sus privilegios para no padecer los devastadores efectos del tráfico local.

Puede que Bagdad ya no sea esa ciudad sin ley donde milicias de diverso signo campan a sus anchas. Pero el precio pagado por ello ha sido elevado, casi excesivo: puestos de control omnipresentes, militares y agentes estacionados de forma permanente en las calles, controlando el tráfico e imposibilitando el movimiento en esta aglomeración urbana de cinco millones de almas.

"El Gobierno ha sembrado la ciudad de controles para que nos pasemos la vida atrapados en ellos y no pensemos en lo que le ha sucedido a nuestro país". Abú Qusai, ingeniero de profesión ahora sin trabajo, hace bromas recurrentes para describir un fenómeno que va mucho más allá de una simple molestia y merma enormemente la calidad de vida de los iraquís.

"Solo cuando vienen visitas me atrevo a salir; si no, prefiero quedarme en el sofá mirando la televisión", apunta. "Esto es una locura. Para llegar hasta aquí a las diez de la mañana hemos tenido que salir a las siete. Hay gente que para ir a su trabajo llega a invertir cada día cuatro horas, dos al ir y dos al volver", lamenta Mohamed Salih. "La movilidad ha dejado de ser sostenible", corroboran fuentes diplomáticas occidentales.

Grave problema

Basta recorrer la escasa distancia que separa los barrios de Al Mansur y Karrada para palpar la verdadera dimensión del problema. En hora punta, pueden ser necesarias hasta dos horas y media para completarla, con el vehículo detenido la mayor parte del tiempo, los semáforos sin funcionar y los escasos guardias urbanos intentando en vano poner orden en medio del caos. Barrios enteros de la ciudad permanecen cerrados. Nombres como Al Aamriya, Al Doura o Al Aadamiya integran la larga lista de áreas de la capital vetadas casi por completo a los vehículos. La falta de respeto de los lugareños por las normas de circulación convierte Bagdad en un inmenso espacio donde prima el sálvese quién pueda y donde hay que pensárselo dos veces antes de emprender cualquier trayecto.

No es infrecuente ver coches circulando en contra dirección, o toparse con medianas destruidas que se atraviesan sin contemplaciones. Las barreras y los enormes bloques de hormigón forman parte de la vida cotidiana de los bagdadís.