La de Beto ORourke ha sido una de las carreras más fulgurantes al estrellato político de Estados Unidos. También, una extremadamente fugaz. Este viernes, 232 días después de anunciar su candidatura para luchar por la nominación presidencial del Partido Demócrata, el excongresista tejano de 47 años tiró la toalla. Es la salida más destacada en el concurrido plantel de aspirantes donde, aunque aún quedan 17, cada vez se siente más un duelo a dos bandas, la de progresistas y moderados, con cuatro nombres: los senadores Elizabeth Warren y Bernie Sanders en el flanco a la izquierda y el exvicepresidente Joe Biden y el milenial alcalde de South Bend (Indiana), Pete Buttitieg, en el de centro.

ORourke se retira asegurando que es lo mejor para el partido y para el país. Y ha acabado admitiendo lo que los analistas políticos veían desde hace tiempo: que su campaña no tiene los medios para avanzar con éxito. Es una forma elegante de referirse a los apuros de recaudación de fondos que no tuvo en las primeras etapas de su aventura presidencial pero ahora se habían hecho realidad. Y le ponían ante el dilema de deshacerse de parte de su personal si quería invertir en más publicidad para alimentar las encuestas, donde aunque llegó a rozar el 10% ahora tenía un raquítico apoyo del 3%.

Con su adiós se desinfla la Betomanía, que fue un auténtico fenómeno. Prácticamente desconocido para el estadounidense medio, ORourke, nacido en El Paso en el seno de una familia acomodada, de profundas raíces irlandesas y dominio del español, se convirtió en uno de los más mediáticos políticos en las elecciones legislativas del año pasado. Estuvo a punto de arrebatar el escaño en el Senado a Ted Cruz y aunque no lo logró, demostró que Tejas no tiene por qué seguir siendo un feudo republicano.

ALEJADO DE CLICHÉS

Con algo de carisma personal, ducho en el uso de las redes sociales y alejado de algunos encorsetados clichés políticos, el antiguo miembro de una banda de punk se ganó con su mensaje de civismo y unidad en tiempos de Donald Trump ser descrito a veces como el Obama blanco y su discurso de justicia social le granjeó frecuentes comparaciones con Bobby Kennedy. Pero en su meteórica carrera ha dejado también meteduras de pata, como cuando hizo un comentario sobre ayudar cuando podía a su esposa a criar a sus hijos (por el que se disculpó). En los cuatro debates nunca brilló.

Su campaña, no obstante y sobre todo, ha estado aquejada de la constante sensación de que en su agenda política había más forma que fondo y mucho de cálculo político. La atención central que inicialmente dio a la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, dejó paso al foco en la inmigración y luego, tras el tiroteo en su ciudad natal en agosto que dejó 22 muertos, al control de armas (con la propuesta de una recompra de todas las armas de asalto en manos de civiles).