L a historia personal y política de Joe Biden es una historia de constante superación, anclada en una admirable tenacidad para sobreponerse a las tragedias familiares más duras que un ser humano puede afrontar y desafiar todas las expectativas cuando la opinión generalizada daba sus ambiciones por imposibles o terminadas. Su improbable éxito en esta campaña es un buen ejemplo. Y el jueves, 48 años después de que jurara el cargo de senador mientras enterraba a su mujer y a su niña de 12 meses, Biden no solo ha aceptado formalmente su candidatura a la presidencia de EEUU, sino que lo ha hecho con el que posiblemente haya sido el mejor discurso de su vida. Una vuelta a las esencias más nobles y soleadas de la tradición estadounidense, una suerte de medicina para una nación que está de luto, tanto por los muertos de la pandemia como por las vergüenzas que ha destapado.

«El actual presidente ha envuelto a EEUU en la oscuridad durante demasiado tiempo. Demasiada ira. Demasiado miedo. Demasiada división», dijo durante el discurso que sirvió para cerrar la Convención Nacional Demócrata, tras cuatro días de espectáculo virtual. «Aquí y ahora os doy mi palabra: si me confiáis la presidencia, sacaré lo mejor de nosotros, no lo peor. Seré un aliado de la luz y no de la oscuridad». A sus 77 años, no solo acalló las voces de quienes dudaban de su físico para estar a la altura, sino que supo demostrar desde un estrado sin público la desbordante empatía que ha vendido hasta la saciedad su partido, así como un plan para cambiar el alma del país tras casi cuatro años de presidencia de Trump.

Y a diferencia de lo que han hecho estos días algunos de sus correligionarios no se dejó a nadie por el camino ni olvidó las reclamaciones del sector más combativo del partido. Habló de reconstruir las infraestructuras y empoderar a los sindicatos; de la igualdad salarial para las mujeres; de un sistema de inmigración que «impulse la economía y refuerce nuestros valores». Prometió millones de empleos en energías limpias para combatir el cambio climático y transformar la economía o un nuevo código fiscal para que recompense el trabajo en lugar de la riqueza. Una lista que no podrá poner en práctica a menos que los demócratas recuperen el Senado. «No busco castigar a nadie. Nada más lejos de la realidad. Pero ya es hora de que la gente más rica y las grandes corporaciones paguen lo que les toca».

El demócrata contó que fue durante las marchas neonazis en Charlottesville, cuando Trump afirmó que había «gente estupenda en ambos bandos», cuando decidió que tenía que presentarse a la presidencia, la tercera vez en su carrera. «Mi padre nos enseñó que el silencio es complicidad. Y yo no pude quedarme en un silencio cómplice».

Su país, dijo, se encuentra ahora en un «punto de inflexión» que aboca al electorado a decidir sobre dos caminos muy distintos el 3 de noviembre. «Porque el amor es más poderoso que el odio. Porque la esperanza es más poderosa que el miedo. Porque la luz es más poderosa que la oscuridad. Este es nuestro momento. Esta es nuestra misión», dijo Biden.

En su discurso hubo además reconocimientos explícitos a Obama y Franklin Roosevelt, el héroe de la América progresista. También momentos de enorme carga emocional, como cuando se dirigió a las familias de las víctimas del covid-19, hablándoles desde su experiencia personal, o cuando relató las palabras que le dijo la hija de George Floyd, el afroamericano asesinado por un policía, un crimen que puso en marcha las mayores protestas contra el racismo desde los años 60. «Cuando me agaché, me miró a los ojos y me dijo: ‘mi papá cambió el mundo’», contó Biden, que sale reforzado de la convención. El lunes comenzará la republicana y la campaña entrará en su recta final. H