Estados Unidos empieza a vislumbrar el cambio de ciclo. A falta de cerrarse todavía los últimos coletazos del escrutinio en seis estados, Joe Biden lleva ventaja en cuatro de ellos, más que suficientes para alcanzar la cifra mágica de los 270 votos electorales que abren las puertas de la Casa Blanca. Podrían pasar más días hasta que se certifique su victoria, después de este recuento interminable que parece sacado de un manual de tortura. Pero el demócrata ya se siente ganador y este viernes noche se dirigirá a la nación en horario de máxima audiencia, presumiblemente para proclamarse vencedor legítimo de los comicios. Su web de transición ya está en el ciberespacio. Y en ciudades como Filadelfia ya suena la tamborrada. Después de cuatro días con el corazón encogido, medio país se prepara para descorchar sus miedos.

En contra de lo que sugerían las predicciones más catastrofistas, no se ha acabado el mundo. La jornada electoral transcurrió sin incidentes reseñables y, aunque se mantienen las pequeñas protestas de ambos bandos para reclamar un desenlace limpio a los comicios, la sangre no ha llegado al río. Biden ha obtenido más votos que ningún otro candidato en la historia, un hito que refleja más lo que había en juego que el entusiasmo que ha despertado su candidatura. Casi 74 millones de votos, cuatro más de los obtenidos por Donald Trump. Los demócratas han ganado el voto popular en siete de las últimas ocho elecciones presidenciales, pero en la más más petulante de las democracias del mundo no vence quien más votos obtiene, si no quien más compromisarios rasca en el colegio electoral.

Canto de un duro

De ahí la espera agónica para que se cierre el escrutinio en Arizona, Nevada, Pensilvania, Georgia y Carolina del Norte. Ese último y Alaska parecen en manos de Trump. Pero en el resto Biden ganará por el canto de un duro, de confirmarse el resultado. Poco más de 1.600 votos de diferencia en Georgia, sobre cinco millones emitidos; 14.000 en Pensilvania, 20.000 en Nevada y algo más en Arizona. Lo que queda por contar es lo más farragoso: los votos que requieren revisión, los provisionales y el correo de los militares en el extranjero, según el presidente de la comisión electoral de Pensilvania. Pero si confirma el desenlace, Biden acabará con 306 votos electorales, exactamente los mismos que sacó su rival hace cuatro años.

Aplastante. Paliza. Histórico, dijo hace cuatro años la asesora del presidente Kellyanne Conway, una mujer que pasará a la historia por haber acuñado la peste de los hechos alternativos. No era para tanto entonces, ni lo es ahora, dado el enclenque mandato que saldrá de estas elecciones. Trump no da públicamente por perdidas las elecciones, aunque la marcha fúnebre ha empezado a sonar en la Casa Blanca. El hombre abatido que compareció el jueves para gritar una vez más que le habían robado las elecciones era una sombra de sí mismo. Nerón tocando la lira, que dijo una periodista catalana. El viernes estuvo callado durante la mañana. Georgia ha garantizado que volverá a contar los votos, un escenario también previsible en Wisconsin.

Pero su tormenta legal para relitigar el resultado, basada en alegaciones que solo han visto los cortesanos de su partido, está perdiendo fuerza a marchas forzadas. Tanto en Michigan como en Georgia ya se han desestimado dos de las demandas en las que el presidente puso sus esperanzas. Y una lenta desbandada empieza a telegrafiarse. Imágenes prácticamente insólitas como un periodista de Fox News negando a su presentadora de forma insistente que no se impidió la entrada a los observadores en un colegio electoral o diarios amigos llamándole mentiroso empiezan a tomar forma. Un Trump abatido hace afirmaciones infundadas de fraude desde la Casa Blanca, tituló el jueves el 'New York Post', el tabloide amigo de Rupert Murdoch.

Mientras tanto, Biden está haciendo lo que mejor sabe hacer: quedarse en la retaguardia transmitiendo tranquilidad y confianza. El viernes se reunión con su equipo de asesores económicos y sanitarios mientras meditaba el discurso de la noche, con el que lleva soñando desde que estudiaba de niño en colegios de monjas. La democracia es a veces liosa. Y también requiere en ocasiones paciencia, dijo la víspera a sus seguidores. Esa paciencia ha tenido premio durante más de 240 años, un sistema de gobierno que ha sido la envidia del mundo.

Bulos ridículos

Hizo bien Biden en utilizar el pretérito perfecto porque la democracia de EE UU hace tiempo que dejó de dar envidia. En estos últimos cuatro años su rival se ha dedicado a fertilizar las semillas de su destrucción, plantadas desde hace tiempo. Y ese será el gran reto de Biden, pacificar un país que es incapaz de ponerse de acuerdo en nada, que se come los bulos más ridículos como si fueran hamburguesas de dos pisos. Esencialmente porque ya no quedan fuentes de autoridad compartida. Ni los medios de comunicación, ni los jueces, ni las instituciones. Lo que ha contemplado el mundo estos cuatro días y estos cuatro años con un interés desbordado es su propio futuro. El resultado de la descomposición a cámara lenta de principios básicos de la democracia.

Es improbable que se pueda subsanarse pronto en EE UU, a tenor del rechazo del Partido Republicano a condenar enérgicamente a su presidente y poner tierra de por medio. Lo que sí debería calmarse es esa oposición furibunda, a ratos insana e histérica, hacia Trump de la América progresista, sus televisiones y sus popes. El ruido cambiará de bando, pero durante un días es posible que haya un poco de silencio.