El Partido Laborista británico está al borde de la guerra civil. La crisis entre Tony Blair y Gordon Brown, tantos años contenida, estalló ayer, dividiendo al partido en el poder en dos bandos y amenazando la gobernabilidad del país. El primer ministro y su rival y posible sucesor, el titular de Finanzas, celebraron dos reuniones secretas en Downing Street, que terminaron sin acuerdo.

A primera hora de la mañana, Brown exigió a Blair que fijara públicamente una fecha para dejar el puesto. El jefe del Gobierno se negó y los dos hombres se separaron. Poco después, siete miembros del Gobierno, afines a Brown, presentaron la dimisión, exigiendo la marcha del premier .

"La incertidumbre sin fin sobre cuando pretende dejar el poder está dañando al Gobierno y al partido", decía la nota de renuncia. El secretario de Estado de Defensa, Tom Watson, es el diputado laborista de más alto rango de los que dimitieron.

Blair perdió la flema y respondió a Watson con una dura nota en la que le acusaba de ser "desleal, maleducado y estar equivocado", añadiendo que horas antes había decidido cesarle. Demasiado tarde. La autoridad del líder había quedado desacreditada. Blair tuvo que volver a reunirse con Brown, aunque tampoco esta vez hubo pacto.

"GOLPE DE ESTADO" Los blairistas acusan a los seguidores del ministro de Finanzas de estar detrás del "golpe de Estado" y las renuncias en cadena. Los dimisionarios forman parte del grupo de 15 diputados que la víspera había firmado una carta pidiendo al primer ministro que se marchara.

El diario The Sun , de Rupert Murdoch, que ha apoyado a Blair durante sus tres mandatos, dio ayer el 31 de mayo del 2007 como fecha para el adiós definitivo. Los funcionarios de Downing Street, sospechosos de haber filtrado el dato, lo calificaron de pura especulación.

Los brownistas hicieron saber que la oferta "no era suficientemente buena". Desde el punto de vista de Gordon, debe haber una declaración pública. "Blair tiene que decir cuándo se marchará y debe hacerlo en una declaración pública", declaró a la BBC uno de los más firmes aliados de Brown, que no quiso ver su nombre aireado.

EL RECUERDO DE THATCHER El pulso es cada vez más duro, y Blair se va debilitando. Resistir un asedio que amenaza la propia gobernabilidad del país puede llevarle a una humillante expulsión de Downing Street, similar a la que vivió Margaret Thatcher en 1990, a manos de sus colegas conservadores.

Una posible solución a la crisis sería adelantar a estas navidades la marcha de Blair, dejando así varios meses de respiro a los laboristas para preparar las elecciones locales de primavera. En las actuales circunstancias, además, Blair no podrá sacar adelante su plan de reformas, cuando el Parlamento retome los trabajos en otoño.

Desde la India, el líder de la oposición conservadora, David Cameron, acusó al Gobierno de estar "desintegrándose", mientras el líder de los liberal demócratas, Menzies Campbell, aseguraba que los laboristas "han perdido la cabeza".

La designación automática de Brown como sucesor provoca discrepancias. Algunos blairistas de peso estarían dispuestos a detener la ascensión del ahora enemigo número uno.

El actual ministro de Interior, John Reid, y el secretario de Medio Ambiente David Miliband, son dos de los nombres que suenan como posibles rivales del ministro de Finanzas. Pero Miliband pareció desmarcarse ayer, al declarar a la revista New Statesman que "solo Brown puede salvar el partido".