Las masacres de civiles producto de la ofensiva anglo-americana sobre Bagdad comienzan a adoptar un pavoroso carácter cotidiano. El recuento realizado ayer arrojó un total de 23 víctimas: por un lado, seis personas murieron y decenas más resultaron heridas en el barrio de Amin, en el este de la ciudad, de acuerdo con el director del hospital Kindi, adonde fueron trasladados los cadáveres y los cuerpos de los heridos. Al mismo tiempo, ayer se supo que 17 personas --entre ellas 11 niños-- fallecieron la madrugada del domingo en el barrio residencial de Janabine, en el sureste de la capital, cuando un proyectil aliado destrozó tres viviendas en las que vivían cinco familias.

Los aviones de la coalición llevan varios días bombardeando intensamente los alrededores de la ciudad, en especial el este y el sureste, donde el Ejército iraquí ha dispuesto varias de sus baterías antiaéreas y donde las fuerzas de la coalición han localizado rampas de lanzamiento de misiles tierra-aire. Tanto el barrio de Amin como el de Janabine están ubicados en esta amplia zona, de difícil acceso para los medios de comunicación desde que el régimen de Sadam impuso restricciones al desplazamiento de periodistas.

LOS PEORES VECINOS

La situación de los que viven en la periferia es dramática. Tener cerca de casa una batería antiaérea o una pieza de artillería es una auténtica maldición en todo Bagdad, pero aquéllos cuyas viviendas están en los suburbios se encuentran además rodeados por las trincheras y búnkeres que forman la línea defensiva.

El resultado son miles de civiles desquiciados. Todos tienen los nervios hechos añicos, sobre todo porque la muerte de sus vecinos les ha convencido de que los errores de cálculo son cada vez más habituales. "Esto es terrible. Al lado de casa tenemos una batería antiaérea y las bombas no paran de caer. Si no vuelve a tener noticias mías, ya sabrá lo que me ha ocurrido", explicó nerviosamente Husein, un funcionario.

DE DIA Y DE NOCHE

Aunque hay bombardeos todo el día, lo peor llega por la noche, cuando los ataques se intensifican. Además de las bombas de la coalición que caen las 24 horas, los civiles sufren también por el tableteo de las baterías antiaéreas que están junto a sus casas.

"Se oyen explosiones continuamente, es como si descendiéramos al infierno", comenta nervioso Fadel, que tiene en sus dos hijas, Heba, de 8 años, y Mariam, de 6, una preocupación que le impide dormir en los escasos ratos en que podría hacerlo: cuando callan las bombas. "Mis hijas --se lamenta-- están sufriendo muchísimo con esta guerra. Tantas explosiones las tienen aterrorizadas.".

Nayim, un comerciante, vive en Amaría, en la periferia. El también padece la desgracia de tener a poca distancia una trinchera iraquí. "Anoche conté más de cien explosiones que cayeron a menos de un kilómetro de nuestra casa", explica. "Las paredes se estremecen y las puertas tiemblan como si hubiera gente empujándolas", añade.

"Veo pasar los misiles sobre mi cabeza", afirma, asegurándose de que su expresión ha sido captada en toda su literalidad. Esta es la tercera guerra que le toca vivir, pero Nayim dice que no había visto nada igual. "Ni en la guerra del Golfo nos bombardearon de forma tan brutal".

Un portavoz del Ministerio de Información iraquí dijo en Bagdad que 54 soldados americanos y británicos murieron en combate entre el domingo y ayer.