Brasil entra en la escarpada recta final de las elecciones que, si se cumplen las encuestas, convertirán en presidente al capitán retirado y líder de una nueva ultraderecha, Jair Bolsonaro. Nunca desde la restauración democrática, en 1985, se ha vivido en ese país tanta zozobra y tensión institucional a las puertas de una votación. Los últimos días de la campaña están marcados por el odio desembozado, la estrategia difamatoria y el uso sin precedentes de las fake news en las redes sociales.

Bolsonaro, quien, de acuerdo con los últimos sondeos, aventaja en 14 puntos a su rival, Fernando Haddad, ha decidido radicalizar su discurso contra el Partido de los Trabajadores (PT). Se ha servido de Twitter para prometer a sus seguidores que, de vencer el próximo domingo, tanto Haddad como Luiz Inacio Lula da Silva se «pudrirán en la cárcel». El candidato del Partido Social Liberal (PSL) ha pasado en pocos años de ser un personaje esperpéntico y marginal en el Congreso a convertise en líder de una fuerza restauradora con gran capacidad de movilización. El pasado domingo los bolsonaristas poblaron las calles de las principales ciudades para festejar de manera anticipada un triunfo en la urnas. En un video mostrado en una pantalla gigante, el candidato del PSL aseguró que, en caso de ganar, iniciará «una limpieza nunca vista» en la historia de ese país. «Barreremos del mapa a esos bandidos rojos de Brasil», aseveró.

A cinco días de que se vote en segunda vuelta, se han encendido estruendosas alarmas que para muchos brasileños estaban apagadas o se escuchaban con indiferencia. Una sucesión de episodios escandalosos acaecidos en la antesala de los comicios acarrean factores que, según algunos analistas, podrían reducir la ostensible ventaja de Bolsonaro e, incluso, dar cabida a un inesperado escenario de mayor polarización.

El hijo del candidato y capitán retirado, Eduardo Bolsonaro, ha contribuido con una bravata a crear un inesperado clima de aprensión. «Si se quiere cerrar el STF [Tribunal Supremo Federal] usted no manda ni un jeep. Manda un soldado y un cabo», dijo. El padre trató de desmarcarse ligeramente de semejante intervención. «Si ha hablado de cerrar el STF necesita consultar a un psiquiatra», dijo, pero dejó en el aire la sospecha de que las palabras pudieron «sacarse de contexto».

Eduardo Bolsonaro dijo que no había sido su «intención» provocar zozobra con el video que él mismo lanzó en las redes sociales y llamó a los brasileños estupefactos a «calmar los ánimos». Pero Celso de Mello, uno de los jueces del STF lo calificó de «inconsecuente y golpista», de una «inaceptable visión autoritaria» que «comprometerá la integridad del orden democrático». Los casi dos millones de sufragios que obtuvo Eduardo Bolsonaro para convertirse en diputado, añadió, no legitiman las embestidas « contra el orden político-jurídico». Estamos en tiempos extraños, veremos a ver dónde vamos a parar», dijo otro ministro, Marco Aurelio Mello.