Buenos Aires se ha transfigurado bajo los rigores de la cuarentena otoñal: sus habitantes se mueven en cámara lenta como si les pesaran las mascarillas. La capital argentina cambió la saturación de ruidos por el balbuceo. Es una ciudad en parte detenida, sin gritos, sin turistas ni sus recurrentes protestas callejeras: las procesiones van por dentro.

Cae el sol y el barrio de Colegiales tiende como otros a vaciarse. Un hombre pasea su perro con doble resguardo: un tapabocas de tela y un protector plástico. Dice que se siente como en 'El Eternauta'. Habla de la novela gráfica más importante de Argentina y Latinoamérica. Fue escrita por Héctor Germán Oesterheld. La dibujó Francisco Solano López. A lo largo de dos años, entre 1957 y 1959, se relató por entregas semanales la lucha contra una invasión alienígena que se inicia con una tormenta de nieve tóxica y letal. Juan Salvo, el Eternauta, se encuentra en su casa bonaerense jugando a los naipes con sus amigos cuando comienza la catástrofe. Se encierran y aprenden a sobrevivir. Luego diseñan sus propias máscaras faciales y encabezan una resistencia armada contra los "Ellos" y los "Manos". El invasor, repitió esa tarde el hombre, ya no viene de una galaxia desconocida. "Es el coronavirus".

Una mujer descansa en un banco frente a unos comercios cerrados por la cuarenena, en el centro de Buenos Aires. / JUAN IGNACIO RONCORONIO

El comic se ha convertido para algunos en un lugar común a la hora de pensar un covid-19 que ha matado menos de 400 personas e infectado a unas 7.000. "El Eternauta lo dijo antes y mejor: nadie se salva solo", tituló un diario de la provincia de Mendoza. Eso creía su mismo autor. Oesterheld fue asesinado junto con sus cuatro hijas en 1977, durante la última dictadura militar.

"ESTO NO ES UNA GUERRA"

"Estamos frente a un enemigo invisible", ha dicho el presidente Alberto Fernández. Alejandro Kaufman, un agudo ensayista sociocultural, se niega a observar la pandemia en clave bélica. "Esto no es una guerra. Recurrir a esa metáfora es a veces una ingenuidad y otras esconde un propósito diferente. ¿Contra quién sería la guerra?". Kaufman prefiere hablar de una grave amenaza, aunque no falten quienes a estas alturas la tomen con ligereza: el tiempo de aplaudir a los médicos y enfermeros a las nueve de la noche por pelear heroicamente contra la enfermedad se les ha pasado. Empezaron a sentir la cuarentena como un agravio.

Un hombre camina por una zona peatonal habilitada en una calle de Buenos Aires a causa de la pandemia. / JUAN IGNACIO RONCORONI (EFE)

El virus llegó a Argentina cuando el Gobierno que había asumido en diciembre pasado hacía el pavoroso inventario de la crisis heredada: 40% de pobres, una economía y un Estado arruinado. Una deuda externa impagable. En medio del recuento de los muertos laten fuertes tensiones políticas. "Todo será más difícil después de la pandemia", dice un joven voluntario que ayuda a ancianos con las compras. "¿Habrá un después?", se pregunta antes de subir a un bus casi vacío. Va hacia Recoleta, un barrio habitado por familias de clase media y alta. Los apartamentos son amplios, funcionales al teletrabajo. Las provisiones y la comida preparada suelen pedirse a través de las aplicaciones telefónicas. De noche, el territorio se puebla de 'riders' que reparten cenas con sus bicicletas y motos.

Muchos de esos 'riders' viven en las barriadas pauperizadas, las villas, donde por estas horas el virus se propaga a una velocidad tan inquietante como la recesión. Se teme que ponga en jaque la exitosa estrategia sanitaria del Gobierno. Adentro de aquellas casas a medio terminar y a veces sin agua no solo se acumulan familias hacinadas y en paro sino más del 30% de los casos positivos de la capital. La villa 31, está separada de las zonas de confort por las vías del ferrocarril y una gran avenida. En sus edificios de vieja o nueva alcurnia se viven escenas que recuerdan a 'El ángel exterminador', aquella película de Luis Buñuel en la cual los asistentes a una fiesta de lujo no pueden salir del salón al quedar atrapados por una fuerza misteriosa.

Una madre con su hija miran hacia la calle desde su comercio ubicado en la barriada villa 31 de la capital argentina. / RONALDO SCHEMIDT (AFP)

SIN TEATRO NI FÚTBOL

"No hay nada afuera", se queja una docente mientras hace la cola frente a un banco según las nuevas normas de estricta distancia social. "Al menos el otoño es benigno: no hay frío". Los restoranes y cafeterías están cerrados. No hay escuelas ni música como hecho colectivo. Faltan los teatros y el fútbol. Nadie sabe cuándo se recuperarán los rituales cancelados. Al menos abrieron las librerías.

La escritora Mariana Enríquez reside en Parque Chacabuco, en la zona sur de la ciudad, en un barrio de casas bajas y raigambre popular. Enríquez es un nombre de referencia de la nueva literatura argentina. Ella ganó el Premio Herralde de Novela del año pasado con 'Nuestra parte de la noche', una larga historia en la que convergen el terror a lo innominado y el político. Desde que se inició la cuarentena sale muy poco. "Lo indispensable". Permanece asilada, con su pareja. Lo oscuro suele tener un correlato social también en sus cuentos. Pero en estas semanas no encuentra espacio para desplegar su frondosa imaginación. "Fue aplastada por esta hiperrealidad". Si algo define este presente es la situación de espera. "La inminencia de algo ominoso". En un mes llega el invierno.