Después de tres días de intensa actividad diplomática en Israel y Cisjordania, George Bush abandonó ayer Tierra Santa en dirección al golfo Pérsico, donde busca ganar apoyos para neutralizar la influencia iraní en la región.

Antes de despedirse tuvo tiempo para mandar un mensaje a Teherán, principal protagonista de sus conversaciones con las autoridades israelís, desde el Museo del Holocausto de Jerusalén. "Este lugar --dijo emocionado-- es el recuerdo solemne de que el mal existe y una advertencia de que, una vez identificado el mal, debemos combatirlo". Bush ha demostrado una mayor voluntad de la esperada para resolver el conflicto. Sin embargo, no ha habido avances que inviten a compartir su optimismo.

En palabras del columnista del diario israelí Mariv, Ben Caspit, la visita de Bush se ha caracterizado por "mucha conversación altisonante y muy poca acción". Más allá de sus recomendaciones, ya contempladas en Annápolis o en la Hoja de Ruta , no ha arrancado ningún compromiso de peso. No ha logrado, por ejemplo, que Israel se comprometa a desmantelar un solo control o barrera del medio millar que existen en Cisjordania o que ponga fecha a la evacuación de las colonias salvajes o que congele sus operaciones militares para no obstaculizar el trabajo de las fuerzas palestinas.

OPOSITORES A LA PAZ Tampoco tuvo objeciones en reunirse con todos aquellos políticos israelís que se oponen a su solución al conflicto, como Benjamin Netanyahu, que se niega a ceder Jerusalén a los palestinos, o el racista Avigdor Liberman, que aboga por transferir a los territorios al millón y medio de árabes israelís. De los palestinos poco compromiso se podía esperar, porque apenas tienen nada que ofrecer. El presidente Abbás se ha tomado en serio la obligación de desarmar a los militantes en Cisjordania. Lo está haciendo con mano dura, pero es un proceso lento.