Los libaneses ya no esperan nada de sus dirigentes, ni siquiera que sean aptos para llevar a cabo las labores de rescate de las decenas de personas que aún están desaparecidas, algunas atrapadas entre los escombros tras las explosiones del pasado martes, ni de reconstruir a golpe de honestidad lo devastado. Acostumbrados durante décadas a los servicios públicos deficientes, a cortes de electricidad diarios y a una gestión pública nula, la población es la que ha resuelto remangarse en un movimiento de solidaridad colectiva.

Son los vecinos y los familiares de los desaparecidos los que trabajan a destajo en medio del desastre, muchos de ellos jóvenes. «No tenemos un Estado para tomar medidas, así que somos nosotros los que las tomamos», afirma uno de los vecinos de un barrio afectado por las explosiones. «¿Crees que el Estado se hará cargo de este trabajo?», pregunta otro con ironía. «¿Qué Estado?», protesta Melissa Fadlallah, una voluntaria movilizada en la calle de Mar Mikhaël, ubicada a tiro de piedra del puerto de la capital. «Para mí, este Estado es un basurero. Y en nombre de las víctimas el vertedero que los mató seguirá siendo un vertedero», dice indignado otro.

Las potentes deflagraciones destrozaron fachadas, hicieron volar en mil pedazos muebles y provocaron una tormenta de cristales de ventanas pulverizadas.

En el distrito de bares de Beirut, un barrio de antiguas construcciones tradicionales siempre muy frecuentado y que ha sido muy dañado, cientos de beirutís han cambiado la cerveza por escobas, mientras que otros se han encargado de proporcionar comida y bebida a los que se dedican a los trabajos de limpieza y búsqueda de posibles supervivientes. En solo unas horas, se colocan mesas de plástico con agua embotellada y bocadillos. «Hemos traído comida, chocolate y apoyo moral», dice Rita Ferzle, de 26 años.

Hay quienes suben las escaleras llenas de escombros para ofrecer aloja miento a los que viven en edificios amenazados por derrumbarse. Sin embargo, muchas personas se resisten a abandonar el lugar donde creen que podrían estar sus seres queridos. «Esperaré aquí, no me voy a ir. Mi hermano trabajaba en el puerto y no hemos sabido nada de él desde las explosiones», explica una mujer identificada como Fátima.

Voluntarios de la Cruz Roja libanesa consultados ayer por la agencia de noticas DPA asumen que el número de personas fallecidas subirá porque la retirada de escombros avanza muy lentamente. Un militar, citado también por la agencia de noticias alemana, explica que solo han retirado algunos cascotes. «Tememos que algunos de los edificios dañados se caigan, por eso estamos pidiendo a la gente que se aleje», dijo un operario de los servicios de protección civil. H