George Bush entró en la Casa Blanca como 43º presidente de Estados Unidos en enero del 2001, con la promesa de llevar a cabo una política exterior humilde y aplicar en el interior lo que él mismo llamó un "conservadurismo compasivo". Pero tras ocho años en el poder, apenas nadie recuerda ya a ese Bush de chiste fácil por su pobreza intelectual y su inglés errático, al que los estadounidenses veían como alguien "con el que te puedes ir a tomar una cerveza". Hoy, Bush, dudosamente elegido en el 2000 y contundentemente reelegido en el 2004, ha igualado a Harry Truman en impopularidad, su política exterior ha sido la más unilateral y agresiva de las últimas décadas y su compasión se ha limitado a importantes recortes fiscales para los más ricos.

El nuevo inquilino de la Casa Blanca heredará la situación más problemática en términos económicos y de política exterior desde la elección, en 1932, de Franklin Delano Roosevelt después de la gran depresión. Dos guerras --Irak y Afganistán--, un déficit público pavoroso, la que puede llegar a ser la peor crisis financiera de la historia, una recesión en puertas y una muy debilitada imagen internacional de EEUU son un legado difícil de manejar.

EL 11-S La presidencia de George Bush comenzó realmente con el traumatismo de los ataques del 11-S y acaba con el terremoto de la crisis económica. Y si el primero de estos episodios le dio índices de popularidad inauditos, hasta del 89% --a los que no llegó ni J. F. Kennedy--, el segundo lo ha arrastrado al abismo, hasta solo un 23% de popularidad, por debajo de Richard Nixon y Jimmy Carter. Nunca nadie como Bush había acumulado tanto capital político, militar y simbólico. Nunca nadie se lo había fundido tan descaradamente.

Sobre las ruinas del World Trade Center, Bush puso los cimientos de lo que iba a ser el eje de su doctrinaria política: el país estaba embarcado en una "guerra contra el terror". Afganistán fue el primer frente, Irak el segundo. Irán y Corea del Norte cerraban el círculo de lo que se bautizaría como "eje del mal".

La invasión de Afganistán, con la bendición de la comunidad internacional, pareció un éxito. En tres meses, los talibanes fueron desalojados del poder. Solo un año y medio después, Bush estrenaba su nueva doctrina de la "guerra preventiva" en Irak tras fabricar una gran mentira: las presuntas armas de destrucción masiva de Sadam Husein y sus vínculos con Al Qaeda.

300 MILLONES DIARIOS Al cabo de cinco años, 145.000 soldados estadounidenses siguen allí, al coste de 300 millones de dólares (235 millones de euros) diarios y decenas de miles de muertos. El 2008 ha sido también el peor año en Afganistán. El resto del eje del mal no se rinde: Corea del Norte puede tener ya la bomba nuclear e Irán la quiere.

Invocando la lucha del "bien contra el mal", Bush ha sacado adelante mastodónticos presupuestos militares (700.000 millones de dólares en el 2008). Guantánamo, las infames fotos de las torturas a presos iraquís en Abú Graib, los vuelos secretos de la CIA, la obsesión por la seguridad y el recorte de libertades en el interior con iniciativas como la ley patriota son el lado más oscuro de una política que ha dañado enormemente el prestigio de Estados Unidos en el mundo. Y la infausta gestión de la crisis del huracán Katrina dejó al descubierto el fracaso de los servicios del Estado en la primera potencia mundial.

En el terreno económico, también el balance es devastador. Bush heredó de Bill Clinton un superávit de 168.000 millones de dólares y deja un déficit de 400.000. Abrazó una economía en ciclo expansivo y deja el país hundido en una grave crisis económica y moral, y el mundo temblando por el descalabro de Wall Street. Defensor de la desregulación, su mandato acaba con la mayor inyección de dinero público de la historia en los mercados financieros.

Para muchos analistas, George Bush es ya el peor presidente de la historia. Sus fieles siguen rendidos en cambio al hombre que venció al alcohol refugiado en la fe y recuerdan que Al Qaeda no ha vuelto a atentar en suelo estadounidense desde los atentados del 11-S. "No es descabellado pensar que la historia trate mejor a Bush de lo que todos creemos en este momento", afirma Sidney Mikis, profesor de la Universidad de Virginia.

Pero a día de hoy, el deseo de cambio nunca había sido tan grande y tan universal.